lunes, 13 de diciembre de 2010

El Tío Juan.

El día 22 de mayo de 2009 falleció Juan González Sánchez, había nacido en 1912. Le debo a este hombre 8 horas de conversación y un primer contacto con la Memoria de Mombeltrán. En su día, gracias a él, escribí un relato sobre el homicidio en 1941 de un cabrero, Farruquillo, por un vecino de Villarejo del Valle. Guardo de Juan esta hermosa foto. Pero, sobre todo, debo a este hombre una experiencia sentimental que quiero compartir con quien quiera recibirla a través de esto que escribí hace año y medio, a la vuelta del viaje.


LA CUARTA DIMENSIÓN DEL AMOR
Cuando se llega al límite más agudo se embotan las palabras. Es como tratar de afilar más un alfiler. Ayer fui testigo del cariño verdadero, del amor hermoso. No había nada material en que ese amor pudiera sustentarse. Pero yo lo vi. Les juro que flotaban, y era de amor, no podía ser otra cosa.
En Mombeltrán tengo la suerte de poder aprovecharme a través de la conversación, de la inteligencia y la memoria -de casi 95 años- de Juan González Sánchez. Ayer volví a recibir de él otra lección, pero esta de talla sobrehumana.
Era tres de octubre por la mañana, diluviaba en este Valle y Juan perdió el autobús que toma todas las mañanas para ir a ver a su esposa de sólo 82 años que está postrada en la residencia de ancianos de La Parra. El hombre se quedó apesadumbrado y no fue capaz de comerse la comida, y la señora del restaurante en castigo maternal, decidió no cobrarle el cubierto, a sabiendas de que persona formal y cumplidora como es, otro día se esforzará en comer para saldar la deuda; pero el buen señor, ahora por este último motivo, añadió otro pesar a ese día tan oscuro.
Con ese mohíno me lo encontré yo, que nunca sé como pagarle la conversación, y me ofrecí a acercarle dentro de una hora.
-“Pues no sabe cuánto se lo agradecería”.
Parece que empezaba a escampar en su alma. Contento montó una hora después en mi coche y más contento, desde dentro del vehículo, yo le vi cruzar el jardín del recinto donde cuidan a su amada.
A la media hora, vino a buscarme: “Venga usted a verla, que le quiere conocer” Subimos a la habitación, ahí estaba, postrada, junto a una compañera en idéntica situación. La alimentan por suero; hace años que no pronuncia una palabra.
Un hilillo de vida late en esos ojos que se abren para Juan. La angustiosa respiración boquiabierta, la goma en la nariz, las canas despelujadas, todo vibra de una manera tal que parece que va a quebrarse, mientras él le acaricia la frente susurrando parecidos cariñitos que hacemos los padres con los hijos recién nacidos. Los ojos de Juan brillan, los de María no alcanzan a brillar pero entre ellos se establece una corriente que resplandece. Creo en muy pocas cosas, pero ayer creí en Juan y María.
Yo tenía ahí mi cámara de fotos, que también graba video, y estuve tentado a usarla para de alguna manera intentar reproducir ese prodigio de amor más allá del sexo, de la esperanza y, por supuesto, de cualquier interés. Pero aquello de lo que fui testigo, no puede reproducirse en dos dimensiones; hay que vivirlo en el límite de la cuarta dimensión, entre la realidad, la emoción y la fe.
Y yo doy gracias por haber vivido esa suerte.




Si alguno queréis mirar las reacciones que sucedieron cuando se me ocurrió publicarlo en el forociudad de Mombeltrán, pinchad aquí.

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