miércoles, 1 de diciembre de 2010

Licinio Prieto, de los que más perdió en la guerra.

Licinio Prieto guarda dentro de sí a un muchacho de catorce años que hubiera preferido morir; morir matando, si hubiera sido posible. Algunos días después de presenciar cómo los rojos se llevaban en una camioneta a su padre, a su tío, a su abuelo, -y también al que, andando el tiempo, sería su suegro- a fusilar el 19 de agosto de 1936, los milicianos de su pueblo quisieron  reírse de su rabia: le citaron al Ayuntamiento, edificio donde se asentaba el Comité y le ofrecieron una pistola. La tomó y la sopesó: le pareció que no tenía balas. Tampoco estaba seguro de si sabría manejarla o si estaría averiada. Licinio es listo, dejó la pistola en la mesa. Apostó por su vida, y la ganó. A sus ochenta y ocho años es el alcalde más viejo de España y con más tiempo de servicio a su pueblo; tiene hijos, nietos, biznietos, y, aunque no creo que le importe, es la persona del Barranco de la que hay más entradas en Internet. Hace poco han venido el presidente de Castilla y León y el del Partido Popular, a homenajearle.
Aunque siempre me ha repetido que si hubiera sabido que aquella pistola estaba cargada, se habría llevado alguno de los del Comité por delante, a sabiendas de que él habría ido detrás.

Le tocó fraguarse de hombre, el único hombre de la casa a tan temprana edad. Y su odio se extendió también a los otros guerreros, estos de su bando, que volvieron a saquear su casa, al encontrarla sin gente. Todo el pueblo de Cuevas del Valle estaba aterrorizado y no quedó nadie. Hasta las víctimas huyeron hacia Arenas de San Pedro o se refugiaron en las casillas de campo. Se había corrido la voz de que venían moros. Pero, aunque los saqueadores nacionales se llevaron lo que quisieron, (los incautadores rojos también lo habían hecho, pero no les estropearon nada; además, les dieron un vale),  no repararon que en la pocilga de la casa abandonada quedaban cerdos. La familia de Licinio, al regresar a la casa, encontró a aquellos animales muertos por inanición.
Una pequeña tragedia estúpida más, dentro de la gran tragedia de 1936.
Después vio, no sin espanto, cómo se llevaban a los más inocentes del otro bando, o de ningún bando, a mataderos improvisados como en  el que acabaron  los suyos. Varios regaron con su sangre la misma hectárea donde aún no habían sido desenterrados los cadáveres de su familia.
Licinio ganó la vida al no empuñar aquella pistola, y en el franquismo le hicieron alcalde. Después lo fue democráticamente  por la UCD y ahora lo es por el PP. Tengo la impresión de que si se presentara a los 89 años, le volverían a elegir. Ha sido buen amigo de Suárez, a quien se refiere sencillamente como "Adolfo". Pero es ante todo, -desde los catorce años- un tipo responsable; seguro que no le importan los records. Este hombre marcado con  la dura lección del odio, tampoco pierde la ocasión de contarme que siempre quiso acoger a los de familia republicana en los trabajos que ofrecía el Ayuntamiento: cortas, resinas, limpiezas de montes..., y dar buenos informes a los muchos covacheros que emigraron a Guipúzcoa.
Así se lo dijo en los años 50 al Gobernador Civil al aceptar el puesto, que sería el alcalde de todos, que no quería alimentar más odios,  porque los odios llevan a las guerras, y nunca más quiere que nadie viva lo que el vivió.

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