miércoles, 26 de enero de 2011

La balada del abuelo Palancas. Literatura clásica española.

Hace siete años tuve la fortuna de encontrar en una biblioteca pública de Cáceres el libro de Félix Grande “La balada del Abuelo Palancas”.
Entonces, entusiasmado, leí la mitad. Pero se me acabó de un día para otro el trabajo en aquella ciudad, tuve que recoger mi casa, y devolver el libro sin terminarlo.

En estos años, gracias a mi entusiasta recomendación, leyeron la historia algunos amigos. Hasta mi padre lo leyó. A uno de ellos, Ovidio, le regalé el libro y le gustó tanto que compró cinco ejemplares más y se lo regaló a cinco amigos escogidos, que según me dice que le dijeron, celebraron el hallazgo.
Por último, hace un par de años otro amigo, Benito, lo compró  y también le gustó. Hace una semana que se lo pedí prestado y ya he remediado mi falta.

Tengo que decir que el comienzo de la Balada del Abuelo Palancas, que se llama “capricho”, es de lo mejor que haya leído nunca; me recordó, por el encaje de cada palabra, a “Cien años de soledad”, cuyo comienzo también he releído y disfrutado recientemente.
Lo dicen los grandes y es verdad: releer es un placer de la madurez.
Luego, el libro de los Palancas decae. Era difícil que fuera de otra manera, teniendo un inicio tan extraordinario. Sigue siendo un recomendable homenaje a Tomelloso, al vino, al lenguaje y a la cultura de los pueblos, a la familia Palancas, y un tratado sobre el bien morir pastueño. Aunque como novela no funciona, uno tiene la sensación de que se repite buscando ecos de aquel embrujo en el desarrollo real de su familia en el siglo XX. Creo que el defecto del autor es escribir sin máscaras sobre su propia familia; lo mítico, lo épico, el realismo mágico de los tizones de la lumbre que vimos crepitar en las primeras hojas, y que pudiera haber contenido en su totalidad, se entrevera con personas reales y  actuales que ya no admiten licencias literarias. Idas y venidas de una familia recia y comprometida, pero un pálido reflejo del abuelo carismático.

Aunque Félix Grande no se resigna y quiere remontar un final trayendo otro homenaje al abuelo más genial de la música: Juan Sebastián Bach, que se presenta en 1950 a tocar sus variaciones Goldberg: una interpretación auténtica de esta obra en honor al Abuelo Palancas.
Bach incluso debe hacerlo mejor que Glenn Gould que todavía habría de tardar casi una década en grabar esa obra maestra.
Es imposible describir cómo podría tocar el propio Bach sus variaciones y Félix Grande ni lo intenta. Es que no se puede.

Tras el altar de la iglesia de la Cartuja de Granada está el “Sancta Sanctorum”, el lugar construido por el hombre para evocar al cielo más espectacular que hayan visto mis ojos ateos*. Yo lo admiré desde un punto de vista artístico y me satisfizo; es espectacular, pero un creyente que espere encontrar una réplica del cielo tiene que decepcionarse; sabe que no puede ser.
La interpretación auténtica de las Variaciones Goldberg, no puede describirse a los creyentes en Bach, por quien no las oyera, porque haberlas escuchado de Bach debió ser el absoluto, y ante el absoluto, no caben referencias ni comparaciones. No se puede inventar nada de esa categoría si no se oyó ni se vio; por lo mismo, ninguna reproducción del cielo ha de resultar convincente a los que esperan en él.
Se podría hacer la trampa de escuchar a Glenn Gould u otro gran intérprete y describirlo y luego cambiar su nombre por el de JSBach. Pero Félix Grande no quiso ser tamposo. Y sólo recogió el reflejo en los oídos de un organista de paso y en los perros y gatos de Tomelloso de aquella supuesta interpretación auténtica.
Yo tampoco puedo reflejar ese primer capítulo maestro del libro de Félix Grande. Pero a diferencia de la interpretación de las variaciones Goldberg de Bach, vosotros podéis leer la auténtica versión escrita de la hazaña de Palancas en ese libro que sigo recomendando.

*Una de pícaros.
No tengo fotos porque no está permitido fotografiar el interior de la iglesia de la Cartuja de Granada. A nosotros, cumplidores de la ley,  temerosos de su castigo, o del enrojecimiento de una reprimenda, no se nos ocurrió hacerlo. Pero coincidiámos en nuestra visita con un matrimonio francés y sus dos hijos pequeños. Uno de éstos con su  cámara, (el padre tenía una réflex en condiciones) hizo unas cuantas fotos. Cuando era muy evidente, el padre hacía como que le regañaba, pero otras veces pude ver como le indicaba con gestos discretos que fotografiara alguna cosa.
Para que digan que si el Lazarillo era del Tormes.

No os creáis, nosotros conocemos también vericuetos y picardías. Os contaré una: en las bibliotecas universitarias suele haber Internet gratis y nadie pide cuentas a nadie que se siente a mirar en un ordenador que pueda estar libre. Yo he ido arreglando bastantes cosas de este foro de esa manera. Así que a nuestro regreso de la Cartuja, a dos o tres kilómetros ya en el casco urbano, encontramos el rectorado de la universidad de Granada, que vimos que  cuenta con una biblioteca. Allí nos colamos nosotros para subir a ver el correo electrónico. Al llegar nos encontramos con que no había ningún puesto libre, aunque era agosto había algunos jóvenes trabajando, pero vimos que tres monitores estaban ocupados por una familia. Eran los franceses de la Cartuja. Una vez terminaron los mayores de ver sus asuntos, tuvieron que pelear algo para separar a los niños del monitor.
Crucé una sonrisa inteligente con el padre. Aunque él había demostrado ser bastante más listo que yo.

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