martes, 15 de febrero de 2011

CAPRICHOSAS CONTINGENCIAS



A la luz de un candil una niña de siete años estaba aprendiendo a hacer letras el 12 de enero de 1937; afanosamente intentaba copiar, con sus vivos ojos azules bien abiertos, la caligrafía del prólogo de un librito llamado “Lectura de manuscritos” arreglado y publicado por Saturnino Calleja, que el Consejo de Instrucción Pública aprobó el 10 de marzo del año 1888 “para que sirva de texto en los establecimientos públicos de primera enseñanza”. Este libro perteneció antes a Pedro, que miraba tiernamente como su niña copiaba:





Entre las varias obras por mi casa publicadas, echábase de menos una de imprescindible necesidad, que  es este manuscrito. Al publicarlo, nada he omitido de cuanto pudiera ser parte a  que resultase un libro acomodado a su fin y en lo posible, con algunas ventajas a otros similares suyos. Lo mismo en lo tocante a caligrafía que en lo referente al contenido, he  procurado que, si no perfecto, se avenga bien con el objeto a que se destina.  Como el fin inmediato de esta clase de libros es habituar al niño a la diferente, difícil y abigarrada lectura a que obliga el constante trato con las gentes, hemos intentado, y hecho en cuanto cabe, que aparezcan las cartas y documentos en la forma descosida, y con el dislocamiento y caprichosas contingencias con que suelen presentarse en la vida social estas cuestiones.

La niña detuvo su escritura para preguntar qué era eso del dislocamiento. El padre respondió que el dislocamiento sucede cuando un hueso se sale de su sitio.
-¿Y cómo puede pasar tal cosa?
-Pues hija,  porque se le da un tirón muy fuerte, o uno se cae desde mucha altura, y por la violencia del golpe el hueso se aparta de su articulación.

En aquel momento se oyeron golpes en la puerta. El padre tomó el candil y bajó. Al abrir la puerta vio a dos guardias civiles que, enérgicamente, le dijeron:
-Deje usted ese candil y véngase con nosotros.
El hombre, de 42 años, que sabía qué significaba esto, dijo a los que venían a prenderle:
-Permítanme que suba a despedirme de mi mujer y mi niña.  Su esposa dio un grito desgarrado:
-¡Pedrooo! ¡No te vayas!
Se abrazó intensamente a la mujer y a la niña, y dijo: “me tengo que ir con ellos”. Según bajaba, dejó caer su cartera y una navajilla que siempre llevaba en el pantalón.
La niña supo lo que era el dislocamiento, pero aún sigue sin saber cuáles eran las caprichosas contingencias con que suelen presentarse en la vida social estas cuestiones.

Pedro López Moreno, jornalero de 42 años, fue asesinado en el término municipal de Lanzahita el 13-1-1937 y está enterrado allí mismo -dicen que cerca de una alcantarilla- junto con un muchacho de 15 años (cuya defunción no aparece en el Registro Civil) y otros dos hombres, uno de 30 y otro de 58 (a éste no se atrevieron a inscribirlo hasta el año 1991). Todos eran residentes en Mombeltrán (Ávila). Fueron los últimos fusilamientos que se produjeron en este Valle.

3 comentarios:

  1. Esta escena es la hostia

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  2. Buenas tardes. Soy un hijo de aquella niña que en su día ya mujer Madre y Abuela le conto esa triste pero verdadera historia. Solo quería decirle que mi Madre falleció en Enero de este año y buscando he encontrado este relato entre sus papeles que ella guardaba con mucho cariño. Me ha alegrado mucho poder volver a leerlo. Ella siempre nos decía que le conto esta historia a un señor que estuvo en Mombeltran un tiempo . Solamente quería agradecérselo. Guardaremos siempre este relato. Espero que vea esta nota. Muchas gracias.
    Luis Lopez.

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    1. Amor con amor se paga: Me conmovió tu madre aquella mañana y me conmueve ahora este agradecimiento tuyo, Luis. Te acompaño en el sentir; hace un año perdí a mi padre y sigue resonando en mí de una manera que no pensaba yo que iba a ser tan presente. No sé si tengo alma pero tengo un hueco ahí donde permanece o aparece de vez en cuando mi padre. Es justo y no quiero que se me vaya de ahí.

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