jueves, 10 de marzo de 2011

Vivimos el humus que amasen.


En esta lluviosa tarde de primavera, paseando por el pueblo de El Arenal (Ávila) me sorprendió el olor mojado a estiércol de vaca mezclado con paja. Inhalo a humo dulce, con una brizna de picantez;  y el efluvio telúrico característico de la hez: madera, liberación, renacimiento; humus.
No he aguantado más que el principio de Marcel Proust; no me pareció tan bueno como lo escribía el gran Francisco Umbral, pero  tengo que volver a intentarlo. Por cultura general sé que en la obra “En busca del tiempo perdido” se despierta la memoria por el olor de una madalena mojada en café. Como soy de pueblo, una de mis madalenas proustianas es este estiércol que he encontrado.
Ayer, haciendo memoria, recordé los anhelos de la comunión, recibir la ostia de pan sin levadura y pegarla al cielo de la boca intensamente, buscando que Dios me subiera a su cielo por ahí. Me veo volviendo castamente a mi banco y concentráncome en que aquel instante era lo máximo, como el sancta sanctorum que vi en Granada.
Desde que tenemos memoria nos pasamos recordando el resto de nuestra vida, solemos amistarnos con aquellos con los que coincidimos estética o éticamente en los recuerdos. Los agitadores nacionalistas saben de este vicio placentero: exacerban un pasado glorioso, jugándolo a su favor para agruparnos cultivando un recuerdo irracional donde “vivimos”.
Es curiosa esta forma verbal en español: sirve tanto para el presente, como para el pretérito más viejo. Ciertamente vivimos el pasado ¿O no lo vivimos?
Por haberlo contrastado, al dejar a mis amigos mis escritos sobre el  pasado común, puedo decir que no siempre lo revivimos de la misma manera. Cada cual mezcla el pasado en que vive con sus propios anhelos y frustraciones, y lo ennoblece o lo degrada, lo enriquece o lo menosprecia, seguramente condicionado por su experiencia, o por su personalidad; pero si lo recordamos, lo vivimos.
Esta mañana, escribiendo a un amigo, Teo, con el que comparto más cosas de las que creí, me di cuenta de la polisemia de “amasen”. Él y yo amasamos nuestros recuerdos entre fotos viejas. Me salió la frase “amasen los recuerdos” y pensé que amar es amasar, amasar el barro, unirlo, crear con ello, es también amarlo; quizá darle un soplo humano o divino. Los músicos amasan los sonidos, la armonía es una forma de amor. Es lo suyo: que los músicos amasen los sonidos. Comeremos el pan que amasen. Nuestro pan, nuestro amor, nuestros recuerdos, nuestra música, serán los que amasen con amor.

Somos seres políticos en el sentido aristotélico,  porque recordamos nuestro pasado, valoramos las experiencias de la sociedad y las propias. Entonces opinamos, elegimos para el presente, para el futuro. Los niños no son seres políticos hasta que no tienen recuerdos. La pertenencia a un país es la pertenencia a un pasado. Los extranjeros no son paisanos hasta que tienen pasado en nuestro país. Ser de algún sitio definitivamente es tener algún muerto enterrado.
Mi  infancia  está enterrada en Cardeñosa (Ávila), bajo el humus que, mojado, me trae melancolía.

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