lunes, 25 de abril de 2011

“¡Están locos estos romanos!”

Estas vacaciones estuvimos en el noroeste de la provincia de León. La Catedral y el Palacio Episcopal de Astorga, [la bimilenaria y amurallada Astúrica Augusta, cruce de caminos desde antes de aquellos tiempos] colmaron nuestras expectativas y ya justificaron los kilómetros.
Guardamos en el alma el trayecto de Astorga a León por la carretera. Frente a nosotros, camino de Santiago, encontrábamos personas de paso firme o lánguido, muchos con las espaldas inverosímilmente sobrecargadas, batiendo el polvo renovado de un milenio de fe y deseos de conquistar horizontes, colores y arte. Eran gentes de altas y medias edades, todos con aspecto de europeos. El pulso de una arteria de Europa latía a nuestra vista, en el arcén y en los caminos de tierra; eso sentí, como si hubiera llegado a un extremo de una raíz de mi propia historia.
Mas adelante del Camino de Santiago en Las Médulas la fe no movió, -que despanzurró-, una montaña, la fe del oro, la ciencia del desmenuzamiento científico, de músculos y sangre empeñados, de derrumbamientos… Todo para el oropel y el poder de cambio del imperio romano. Trescientos años horadando túneles y, a falta de explosivos, ingeniándose para conducir aguas que reventaran la montaña para que esparcieran el tesoro de sus pepitas en una nueva llanura.
Mi padre ha sido picapedrero y cuando se llevaba el martillo y los punteros a la cantera, yo pensaba que con ellos labraba los duros y las pesetas que nos gastábamos. En las Médulas sí arrancaban directamente moneda; el sudor que allí dejaron nuestros antepasados estremece con ecos de derrumbes y el agua de lluvia aún sigue erosionando las tripas de las tierras que ahí quedaron para nuestro asombro.
La misma avaricia que contamina el mar al reventar la plataforma de BP y el emplazamiento frente a los maremotos de la central de Fukusima, nos hace pequeños ante los elementos desatados, pero aquí, los romanos con su fuerza y organización de hormigas, al descubrirlo nos hicieron exclamar como a Obelix: ¡Están locos estos romanos!




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