lunes, 5 de diciembre de 2011

UN RESCATE DE LA NIÑEZ

Una de las mayores recompensas de mi trabajo “de campo” con la grabadora fue hallar niños de noventa años reviviendo casi en relieve sus recuerdos de la infancia. La memoria de los moribundos vuelve a la niñez de manera que me decían: me acuerdo de aquello como si fuera ayer, y sin embargo no me pregunte usted por lo que hice ayer, que no sabría decírselo. Ahora voy a transcribiros unas letrillas que hizo a unos alumnos un maestro, Don Pedro Méndez, fusilado el 13 de septiembre de 1936 en las tapias del cementerio de Mombeltrán, de quien, muertos sus hijos (a uno lo fusilaron junto a él, a otro mes y medio después. Los otros ya murieron de su natural edad), no quedaban más que recuerdos de tercera mano.

Sólo quedaron de primera mano unas cartas que dirigió en  los años 30 al ministro Francisco Barnés Salinas, que fueron al archivo personal de este prohombre y que hoy están felizmente depositadas en el Archivo de la Memoria de Salamanca. El resto de su obra, junto con sus libros, fue saqueada por los fascistas, y los pocos papeles que quedaron fueron arrojados a otra hoguera que hizo su propia mujer, desquiciada y maldiciente de los empeños políticos de su marido(que sólo fue concejal en Mombeltrán), entre la amputación y el pánico de haber sufrido su fusilamiento y  de sus hijos Publio Marciano y Pedro Anastasio.



Pero sucedió el milagro de la reverdecida memoria remota de un alumno suyo, Isidoro Rey, que en una mañana de invierno de 2008 puso en pie ante el micrófono de mi grabadora, la siguiente composición que, a finales de los años 20, Don Pedro había recitado en clase de sus alumnos “Conra” y “Neme”:

Han sido Conrado y Nemesio


los que han entrado en clase

con cara de no lavarse

¡mira que ha sido estúpido eso!



Para Máximo “Brazoyerro” que llegó a ser boxeador en Francia, hizo otra destacando su principal cualidad

Máximo con su nobleza


y su furia de hortelano

será superior en fuerza

al luchador grecorromano



Suelo lamentarme de que tarde y caducando, se ha dado ocasión de emprender mi rescate de aquellos tiempos. Pero hoy puedo dar gracias, y os pido que apreciéis el valor que tienen, a estas composiciones, pues sólo pudieron resurgir a los 88 años de la vida de Isidoro, cuando se cruzó conmigo; nunca antes, ni tampoco después, que ya está muerto.



Es por eso que quisiera crear entre vosotros mis lectores una secta de misioneros que se encarguen de aflorar, y capturar con todos los medios a su alcance, las memorias crepusculares de las infancias de otros tiempos. No hacer lo posible por escuchar estos cantos de cisne es un empobrecimiento imperdonable.






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