miércoles, 15 de febrero de 2012

Salamanca. Relatos iniciáticos(1)

SALAMANCA. RELATOS INICIÁTICOS(1)

 Skyline de Salamanca
El próximo octubre van a cumplirse treinta años de mi relación carnal con esta ciudad hidalga y que vende muy bien una autoestima que -de verdad- no tienen sus habitantes.



En octubre del año 1982, yo quería ser –por fin-, en un piso compartido con otros  estudiantes, libre para tocar la guitarra todo el tiempo que me diera la gana y así dar el salto de calidad necesario para que el mundo descubriera mi talento como guitarrista y finalmente triunfar tocando el Concierto de Aranjuez con una orquesta sinfónica detrás de mí.

También, por supuesto, quería “estrenarme”, para eso tenía por primera vez una habitación para mí sólo.

Mientras tanto, haría Derecho: una carrera con multitud de salidas que, además, era la que empezaban los escritores, Lorca, Cela, Clarín, Delibes..., hasta Aleixandre (según he leído hace poco).

Además, iba a vivir en una ciudad roja, gobernada por los socialistas. El Alcalde de Salamanca presumía entonces de haber comprado (o expropiado) la Huerta de los Jesuitas para hacer un parque público. En Ávila de donde yo venía, nunca sucedió cosa parecida, ni sucederá.

Repasemos: Octubre del 82... eso suena a victoria del PSOE. Uno de los primeros acontecimientos que tuve ocasión de presenciar fue el delirio colectivo en el pabellón de “la Alamedilla” cuando llegó Felipe González a dar su mitin de campaña. ¡Qué calor!, ¡Qué apretura!: hasta desmayos hubo. Pero el líder, desde el escenario dijo con clarividencia: “no se preocupen, es sólo una lipotimia”. En aquel momento, Felipe tenía la credibilidad para hacer de médico y dar un diagnóstico a cuarenta metros, y además, acertar. (Parece que tuviera tanta experiencia en desmayos femeninos como los Beatles)



En lo cotidiano, fui descubriendo que en Salamanca había dos mundos: los que  vivían directamente de la Universidad y los que vivían indirectamente de la Universidad.

También había submundillos independientes, pero como el aceite, no mezclaban. Los dos cuarteles desperdigaban sus reclutas de verde olivo a su hora de paseo por las tardes, y los iban absorbiendo hacia la cena.

Recuerdo que entonces había muchos gitanos: los churumbeles contaban con una retahíla  donde estaba la rana de la fachada de la Universidad; los jóvenes pasaban hachís en El Corrillo, bastantes vivían por el poco recomendable y decrépito Barrio Chino, y algunos tenían caballos pastando en las praderas del Tormes.

Últimamente no siento tanto su presencia  (creo que a un buen número de aquellos jóvenes se los debió de llevar la heroína y el SIDA de los años 80 y 90)



También Salamanca La Blanca(1) vivía de su provincia, ganadera y agrícola. Al otro lado del río había una Fábrica Azucarera. Entonces los remolacheros ganaban dinero. En todos los pueblos había vacas de leche (después de entrar en el Mercado Común sobraron el 80% de las vacas) y muchos vaqueros podían permitirse mandar a sus hijos a residir en los Colegios Mayores.

Entre los estudiantes foráneos había tres clases económicas: los de la primera residían en Colegios Mayores gozando de pensión completa, (aunque sufrían novatadas), la segunda, los que alquilaban pisos céntricos con calefacción, y por último, los que alquilábamos pisos baratos en el extrarradio (sin calefacción).

Sin calefacción, sin televisión, sin lavadora... solíamos acumular la ropa para que nos la lavaran en Ávila. Más adelante, para tener más autonomía y poder disfrutar más meses seguidos de permanencia en esta maravillosa ciudad, hubo que aprender a lavar a mano. Mientras tanto, también aprendimos a hacer los primeros macarrones, y  a que ya no se nos pegara a la cazuela el tercer arroz, ni tampoco la tercera tortilla de patata en la sartén.

No teníamos plancha, y ahí está mi principal carencia como “amo de casa” (sigue: uno de los propósitos de este año 2012 es aprender a planchar, pero todavía no me he puesto, a ver si primero acabo el libro de la Guerra)



Yo pensaba que gracias a mi guitarra, al menos ligaría, pero con la “clásica” se liga muy poco, entonces me pedían canciones de Silvio Rodríguez, pero yo era muy ortodoxo y el sonido del cubano carece de color, y sus rasgueos y golpes no cuadraban con mi ideal de entonces: Narciso Yepes o Ernesto Bitetti.

Con las que sí me sirvió la guitarra clásica fue con las estudiantes norteamericanas, pero resultaron ser unas chicas muy decentes; buenas amigas, simpáticas, pero nada deseosas de descubrir el “latin lover” que pudiera estar encerrado en mi habitación. De cualquier modo, nunca se me ocurrió proponérselo a ninguna.

 Aqui estoy con mis compañeros de piso Montero, César y Javi. La chica que fuimos a despedir era de Filadelfia y se llamaba Holly.

Un veterano abulense, que ya estaba en tercero, nos llevó a los sitios donde se encontraba el “ambiente” la “marcha estudiantil”: el Country, el Moderno, el Paniagua, el Bolero... este último era un sitio punky, donde la bebida por antonomasia se llamaba “guinda”: debía ser como un pacharán de garrafón; en ese sitio, rodeados de chicos y chicas con crestas, cadenas y cueros, la verdad es que mi amigo César y yo, estropeábamos el cuadro.

Ahora me acuerdo que había un subgrupo de estudiantes foráneos, que también tenían  pensión completa, aunque vivían en pensiones baratas de la calle Meléndez. Como eran del mismo nivel socioeconómico que nosotros, mi amigo César hizo amistad con gente de la pensión “Lucero”.

En aquel lugar con escaleras y suelos de tablas de madera, hicimos amigos. Un día me llevaron a la habitación de un estudiante de Torrelavega llamado Santiago Gutiérrez, que tocaba la guitarra. Yo la tomé con decisión y ejecuté “Recuerdos de la Alhambra” de Francisco Tárrega: me salió redonda. Pero aquel chico no se impresionó, él tocaba jazz, con una púa entre los dedos índice y pulgar y los otros tres dedos, incluido el meñique, los usaba para hacer arpegios. Mucha técnica y versatilidad. A mí me parecía que tocaba extraordinariamente bien, recuerdo que se concentraba respirando muy fuerte por la nariz : la música le salía a chorros de sus dedos vertiginosos, además improvisaba: un músico de verdad, no un aficionado que se aprendía músicas a fuerza de repetir cien veces la partitura, como siempre he sido yo.

Intercambiamos cintas, y partituras, porque él también quería tocar clásico y flamenco. Me pasó músicas de Baden Powel, de Paco de Lucía, de Chick Corea, y algunas clásicas que él tenía.

Fue mi caída del caballo de San Pablo. Ese músico me abrió la mente; hasta el minuto antes de conocerle, yo creía en la superioridad absoluta de la música clásica. Era monoteísta acérrimo, (hacía cerca de un par de años que había escondido, por anatema, la cintas de los Beatles y  de Elvis Presley que me compré). Toda la música que no fuera clásica o la música de cine, era indigna de mis oídos. Entonces, poco a poco, fui abriéndome al politeísmo del jazz ,del flamenco, la bossa nova y de otras músicas “no puras”.

Simultáneamente aprendí a jugar al mus. En Salamanca tocaría techo con este arte, pero eso os lo dejo para otro día.



(1)   hay una copla muy famosa que encierra muchísima filosofía

Salamanca la blanca,

¿Quién te mantiene?,

¿Quién te mantiene?

Cuatro carboneritos

Que van y vienen,

Que van y vienen.

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