viernes, 3 de febrero de 2012

Una medio explicación del gran milagro.

Un canal es algo que ordena el caos. El agua se precipita caóticamente sobre la tierra y se canaliza otra vez al mar. El mundo geológico fue ensayando y aprendiendo a hacer ríos y valles,  lagos, cañones... . Millones de años después, los hombres aprendimos a canalizar el agua para nuestro interés, pero antes tuvimos que aprender a canalizar nuestros propios pensamientos.

Cuando un niño recién nacido llora caóticamente por el hambre o el dolor; aún no ha aprendido a canalizar sus pensamientos y sus expresiones. Dentro de nuestro cerebro hay un importante caos y aprendemos ordenar las sensaciones que recibimos y a canalizar nuestra comunicación con el exterior de la misma manera que yo ahora canalizo el orden de las letras del teclado del ordenador para expresar mis ideas.



Esta reflexión la tuve en Madrid, adonde llegué siguiendo un orden dentro de una enorme red de alineaciones del caos. Miles de caminos y carreteras, millones y millones de piedrecitas con asfalto arracadas en su día de las rocas y molidas, todas alineadas por la inteligencia humana por orden de un político o un ingeniero de caminos, para que yo condujera mi coche hasta la casa del amigo donde nos alojamos.

Luego nos metimos en el metro, que es una sensación que mi alma de paleto hacía tiempo que no disfrutaba. Ahora lo hemos hecho a través de la emoción descubridora de nuestra hija, maravillada ante tantas escaleras eléctricas y transbordos, con los espectáculos adicionales de los músicos,  vendedores ambulantes, repartidores de estampitas..., pero, lo más impresionante: es otra red de canalizaciones, montones de personas que van y vienen y vuelven a venir,  vagones llenos, cada cinco ó diez minutos, toda la gente igual de caótica, conducida por la razón y la técnica a destinos que no dicen nada como Nuevos Ministerios, Legazpi, Príncipe de Vergara o Pirámides.



Emborrachado de tanto canal, estábamos en la populosa calle Princesa y le pregunté a mi amigo ¿cómo es posible que mi madre me haya querido llamar y entre los cientos de miles de teléfonos móviles que había por allí haya encontrado el mío?

No sé si lo he entendido bien, pero el día estaba más propicio que otros para comprender este misterio. A ver si os convence:

En Madrid hay cientos de repetidores de señales de telefonía móvil. Todas tienen un número limitado de líneas por las que circulan a una velocidad increíble millones de señales que sólo son “abre corriente, corta corriente (eléctrica)”. Todas están codificadas y contienen combinaciones de estas dos únicas variables. En una de esas líneas no es que vaya únicamente mi conversación; circula una tira enorme de todas las conversaciones que caben, dividiendo cada segundo, por ejemplo, en varios millones de partes. En esa tira organizada, irían el número de teléfono y la comunicación de sonidos que se produce en ese segundo en mi conversación que ha identificado mi terminal, y consecutivamente otras cien personas (por ejemplo) más.

En el mismo segundo, en cada segundo de cada conversación que se esté retransmitiendo por el repetidor, sigue una tira de todas las conversaciones de todas las gentes que hablamos bajo ese repetidor. Es decir en cada segundo que escuchamos el repetidor lo ventila y “echa de comer” una tira de “abra corriente, corta corriente” en una fracción mínima de segundo y nuestro terminal móvil lo identifica porque es un mensaje para él. Lo caza y entonces lo ensancha y lo pasa al altavoz, que lo que ha recibido en esa mínima fracción hace que dure un segundo y así todos lo demás segundos que dure la conversación. En suma, son pequeños mensajes comprimidos para viajar y que al ser descomprimidos nos dan la sensación de fluir, como el cine.





No sé si lo entendí bien o si lo he explicado aceptablemente. Escribo esto sólo por la higiénica costumbre de canalizar el caos de informaciones que pueden llegar a mi mente. Parece que, comunicándolo, consiguiera ordenar algo mejor mis pensamientos.

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