sábado, 9 de junio de 2012

La importancia del semillero

 
Estoy apuntado a un curso de horticultura ecológica. Si las cosas vienen muy mal dadas, a mi alrededor tengo huertas que cultivar; pero antes necesito aprender, no sea que  algún día haya que luchar desde la trinchera de la supervivencia.

El curso me está alumbrando algunas realidades: las semillas ancestrales son importantes y es inteligente no perderlas. Parece una cuestión folclórica, pero también es de pura lógica.

Las semillas que los hortelanos han sembrado a lo largo de muchos años, dejado semillar  y vuelto a sembrar, son las que mejor se adaptan a los nutrientes del terreno, algo mejor que las que vienen envasadas en cómodos sobres que son diseñadas para todo el mercado nacional. Las autóctonas son también las que soportan con menos daño a los insectos, hongos y otras plagas del terreno. Además, suelen dar frutos más sabrosos, aunque no son tan “comerciales” como los que compramos en las fruterías autoservicio.

En estos establecimientos uno compra mayormente con la vista y algo con el tacto. Lo que elegimos  es un ejército nazi de frutas iguales pasando revista ante nuestros ojos. El sabor a la hora de comprar ya importa menos. Las empresas que producen esos alimentos lo único que quieren es vender, y el negocio funciona: los consumidores nos engañamos con la apariencia y terminamos por olvidarnos de los sabores que conocimos, pensando que con el tiempo todo ha cambiado, que hemos perdido el paladar, y que las cosas “son así”. Reflexionemos sobre la escasa afición de nuestros hijos a la fruta: también  puede ser porque no sabe tan rica como la que comimos en nuestra niñez.

La agricultura moderna,  hija de la llamada revolución verde, se basa en buscar artificialmente las condiciones para producir mucho, homogéneo, con buena presencia, y también con una maduración sincronizada para optimizar los jornales de la recogida. Para lograr este fin se invierte dinero en fertilizantes químicos, que desequilibran y dañan la estructura biológica de la tierra, y las plagas se combaten con química arrasadora, con lo que se eliminan todas las ayudas que naturalmente nos concede el terreno y sus pequeños habitantes. Frente a aquello, la ecología propone abonos naturales, rotaciones de cultivos, asociaciones de plantas y conservar una biodiversidad de insectos o de pájaros que nos ayuden a cultivar las plagas. Por ejemplo: son muy interesantes las larvas de un insecto llamado crisopa, igual que las larvas de la mariquita de ocho puntos, por la cantidad de pulgón que devoran. Hay hongos que se llaman micorrizas que son antibióticos naturales. Sembrando habas debajo de un frutal, los pulgones no son tan problemáticos. Plantando una berenjena al lado de nuestras patatas, hacemos que los escarabajos se ceben con ella, porque para ellos es una golosina: así nos dejan en paz las patatas y además podemos aplastarlos aprovechando que se nos han juntado en un breve espacio.

Si echamos pesticidas, herbicidas insecticidas y fertilizantes químicos, no sólo podemos atentar contra nuestra salud, también exterminamos a nuestra fauna amiga, con ellos también caen los pájaros insectívoros y las abejas.

Hay gentes que conservan las semillas y las reproducen para que, como el folclore no se nos olviden. Pero como el folclore, tienen un seguimiento minoritario y en vías de extinción.
Si tengo ocasión, lucharé por conservar nuestras raíces.
PD os pongo el enlace de los que me están dando el curso
http://www.centrozahoz.org/node/14

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