domingo, 29 de julio de 2012

Viaje andaluz.


Paramos a comer en Jaén, que es más que una cuesta abajo.



Me impresionó un africano
que acechaba compasiones de semáforo,
con tres paquetes de pañuelos de papel,
a las cuatro de la tarde de un sábado,
contra un sol más grande que una paellera. 

La caridad no pasaba por allí
y él no perdía su sonrisa.







PD. Pero no le fotografié con la cámara. A la salida en dirección a Córdoba nos encontramos este ingenioso cocodrilo:



jueves, 26 de julio de 2012

Vacaciones andaluzas

Hace mucho tiempo que di gracias por tener una hija, sólo por tenerla. Hace menos tiempo me dije que de no ser por mi hija, me perdería el disfrutar de los mayores genios del arte actual, que son los que crean películas animadas. (Ha poco que alquilamos “Tintín” de Spielberg: estupenda.)

Gracias a mi hija, y sólo a ella, tenemos que parar un par de días en la playa, (esta vez fue en el Cabo de Gata, en Almería), y puedo disfrutar, -entreverada en la suya-, de la niñez junto al mar, y del mar sin más ni más.





Pd. en estas arenas, mi hija me enterró por primera vez. Fue una gozada, me quedé dormido.

lunes, 23 de julio de 2012

Viaje a Andalucía


En la Baeza de Antonio Machado.

Sí en Úbeda teníamos a Muñoz Molina y a San Juan de la Cruz, en Baeza pudimos fotografiarnos con el halo de Machado, (en su clase y en un banco al inclemente sol de julio).











Os copio unos proverbios útiles para tiempos de crisis.



Tras el vivir y el soñar

está lo que más importa:

despertar.





Que se divida el trabajo:

los malos unten la flecha;

los buenos tiendan el arco.



Y éste para los que, como yo, se creen algo.

Nunca traces tu frontera,

ni cuides de tu perfil;

todo eso es cosa de fuera.






jueves, 19 de julio de 2012

Viaje andaluz: Úbeda 2

Pero hay más Úbeda. Mucha más.

Úbeda es llamada la Salamanca del Sur, y no tiene que envidiarle a la del Norte más que la Plaza Mayor, inigualable teatro urbano. Porque aquí llegaron en el siglo XVI canteros y escultores tan buenos como los que con la piedra de Villamayor edificaron y ornaron a la castellana y leonesa. En otra cosa que Úbeda se iguala con la ciudad del Tormes y es en la bobería de dejar cagar a las palomas en sus artísticas piedras (en Córdoba ya veremos que no se consienten esas cosas).


Sólo concibo que se crearan unas joyas como las de Úbeda por un impulso estético de emulación, promovido por los poderes públicos, para mostrar a los casi recién reconquistados hispanoárabes que la religión y cultura cristianas podían competir en refinamiento con lo que ellos habían vivido en el dominio musulmán. Es que sorprende que los, por supuesto, inmensos olivares  y trigales que la rodean, dieran rentas suficientes para levantar sin ayuda exterior semejante ostentación.











PD no es extraño que Muñoz Molina eligiera para estudiar la carrera de Historia del Arte.

martes, 17 de julio de 2012

Viaje por Andalucía (Úbeda 1)


He tardado en asumirlo, pero mi nombre es Juan de la Cruz, y el santo poeta  a quien debo este incómodo nombre murió en Úbeda un 14 de diciembre.

Estatua  de  San Juan de La Cruz en La Carolina, donde paramos antes: pueblo nada andaluz pues está hecho sobre una cuadrícula como el Ensanche de Barcelona. Lo mandó hacer  Carlos III.

Seguramente por ello me correspondía rendir una visita a esa ciudad con el justo título de patrimonio de la humanidad, pero ha tenido que ser después de la estimulante lectura del “El Jinete Polaco”que ya me conocéis. Quería ver y respirar los pasos ubetenses de Antonio Muñoz Molina, que se desarrollan en esta localidad que él llamó Mágina.

Bien tarde lo intentamos: más de 20 años después de su éxito con el Premio Planeta, y 38 años después de que sucedieran los hechos más significativos. Aunque, de principio, tuve la suerte de encontrarme a un cronopio llamado Simón.

Llevábamos la tienda de campaña con intención de alojarnos en el camping, pero en Úbeda sólo encontramos dos carteles que envían al dubitativo viajero a una rotonda con tres salidas; tomamos y agotamos dos direcciones y dimos dos vueltas siguiendo sus destinos concienzudamente a ver si aparecía, con la agravante de que ya llevábamos encendido el piloto de la reserva de gasolina. Pero al tercer intento tuvimos el acierto de preguntar a este hombre que paseaba a las 5 de la tarde del domingo y se prestó a montar en nuestro coche y señalarnos. Nos condujo al campamento, adonde no habríamos llegado sin una ayuda como la suya. Surgió en la conversación su ilustre paisano, del que, por supuesto, había leído ésta y otras novelas y nos comentó que tuvo la suerte de trabajar, no sé si de bedel o administrativo en la “casa de las torres” donde aparece la momia que se descubrió emparedada cuando la acondicionaron para escuela de artes y oficios. Simón nos dijo que la madre del novelista, a quien él aborda cuando la encuentra en la calle para preguntarle por su hijo, sabe muchas más cosas sobre la historia de aquel hallazgo de una mujer emparedada de las que AMM ha escrito en esa obra y que “tiene pena de muerte” si no escribe más. Nuestro amable cronopio nos estuvo hablando de muchas otras cosas de la historia local, en una hasta llegó a cuasijustificar  con argumentos históricos que La Guioconda  era de Úbeda. Para acabar, el tipo no quiso ni siquiera que yo le llevara en mi coche de vuelta a la ciudad. Dos kilómetros que se tragó de vuelta con sus kilos. Siguiendo sus indicaciones supimos que el novelista había estudiado en el instituto San Juan de la Cruz, donde se desarrolló esa perfumada escena que copié en una entrada anterior.

A la mañana siguiente fuimos a descubrir la ciudad y aquellas huellas. En la oficina de turismo nos informaron, previa petición de ayuda a un funcionario municipal, muy versado sobre el muñozmolinismo, que el “Bar Martos”, donde se cogía las borracheras de desesperación amorosa el protagonista, hace tiempo que cerró, cambió de nombre, se remodeló... y que ahora quizá el local se llame Don Lui o Lord Lui (no apunté el nombre) pero nos lo señalaba en el mapa, como está en una parte nueva de la ciudad y no hay rastro de aquello, ni no nos molestamos en buscar. Ya no teníamos a Simón, que nos hubiera conducido allí envueltos en su erudita conversación.
Dos vistas de la sierra Mágina (no sé si eso es lo que conocemos como "los cerros de Úbeda")

Barrio de San Lorenzo.

Al final de la tarde descubrimos el barrio de San Lorenzo donde vivió el novelista, desde donde sus ojos se perdían en fantasías sobre los incitantes pliegues de la sierra Mágina. En otros incitantes pliegues de la casa de las Torres seguramente también dejó pasar su fantasía grotesca  y nosotros nos sentamos dos tardes a contemplar aquel retablo.










También tratamos de visitar el puesto en la plaza de abastos que tenía el padre hortelano del escritor. El conserje, muy amable también, nos señaló el sitio que ocupaba y donde Antonio pasó sus vergüenzas juveniles de verdulero sin vocación, pero nada estaba igual, porque en los años noventa también hubo una remodelación. Aunque los peregrinos mitómanos nos conformamos con cualquier brizna.

lunes, 9 de julio de 2012

Otro ajuste de cuentas con Silvio Rodríguez

De vez en cuando entro por el blog “segunda cita” y, entre los mismos de siempre, a veces encuentro comentarios  lúcidos o citas poéticas que me enriquecen, aunque nunca en la proporción que cabría esperar en relación con la excelencia del mentor del blog.

Sobre Silvio, me parece muy positivo haberle podido conocer tanto, porque gracias a su generosidad o a su deseo permanente de seducir o de hacer proselitismo ideológico, se muestra efectivamente en su blog, y nos hacemos una idea mucho más aproximada de lo que es, (igual que yo en el mío, la diferencia es que yo necesito mostrarme más personalmente y él también lo hace en menor medida, porque tiene menos tiempo libre que yo, pero lo suple mostrándose a través de ese grupo de seguidores que alienta y que yo, evidentemente, no tengo, -y por mi trayectoria vital tampoco merezco-).

Me da por pensar, por ejemplo, en Chopin, que uno de los músicos con más sensibilidad lírica, de colorido, de matiz de toda la historia. Gracias  a la lejanía de la realidad que se tenía en el siglo XIX uno puede guardar la perfumada imagen de su música unida a la misma proyección de esa imagen. Supongo que existe alguna correspondencia, alguna biografía escrita por alguien que le conoció, algún artículo de periódico, que nos pueden ayudar a conocer un poco más al autor de estudios, preludios, polonesas, valses, scherzos y mazurcas; pero esto es mínimo comparado con lo que conocemos de los personajes  actuales. De Chopin  siempre prevalecerá la imagen que queramos formarnos directamente de su música, unida a los cuadros que ilustran los discos y las enciclopedias. Si hoy viviera y fuera por ejemplo un altivo burgués que pasea su Ferrari por la Costa Azul y que evade su dinero en paraísos fiscales y tuviera el inconfesable defecto de practicar turismo sexual en el tercer mundo, lo podríamos saber y, desde luego, el perfume de su música se nos volvería más cacofónico. (Lo que sería una pérdida) Porque un artista puede tener una obra de alta proyección estética que suscite mucho amor en el público, mientras tiene vicios inconfesables o sostiene opiniones políticas o sociales despreciables. (Creo que Caravaggio asesinó a alguien).



Cuando uno se enamora de un artista, o de una mujer o de un amigo, quiere  haber compartido con él parte de su vida, incluso hace el esfuerzo interno de falsificar sus recuerdos acomodándolos a los del ídolo, la amada, el amigo. Es el deseo irracional de confluir. Cuando uno canta un tango, quiere haber sido maltratado por las mujeres como canta Gardel, aunque no lo haya sido, (y seguramente Gardel menos aún, -con el inmenso atractivo que poseía sería un “castigador”-).

Cuando yo seguía a Silvio, quería haber tenido amores como el de “Imagínate” o “Con diez años de menos” haber ligado con una mujer de “ella tenía 35 y yo 18 para mi favor”y muchos etcéteras que no me han sucedido. Gran parte de estas forzadas coincidencias se desploman cuando se produce el desengaño (parece que yo podría escribir la letra de un tango sobre esto –me lo apunto-) Y la verdad es que coincido muy poco con esas experiencias vitales que canta.

Uno piensa en la realidad desnuda de Silvio Rodríguez: un adolescente en la revolución cubana que canta muy bien y aprende música con Leo Brouwer, que sigue cultivando por décadas la adolescencia, mientras se hace mayor triunfa, viaja, es agasajado por poderosos, y otros artistas, tiene propiedades, hijos, mujeres y nietos, y por fin acaba manteniendo seguidores de “segunda cita”. Por cierto, uno de los seguidores más activos cuelga constantemente artículos del periódico Gara (órgano periodístico de la izquierda abertzale) o sea, Silvio permite que utilice un 15% de los comentarios de su blog en repicar esa ideología de la liberación de los pueblos oprimidos. Con lo que, de residir en España tendríamos a Silvio defendiendo, o justificando, más o menos emboscadamente, la lucha armada como instrumento para conseguir la independencia de Euskalherría. La teoría de que en ese lugar existen dos violencias enfrentadas, etc.

De cualquier modo, su flauta de Hamelín sigue siendo un instrumento perfecto para engatusar a muchos adolescentes con querencias estéticas o políticas de izquierdas o simplemente alejados de la mayoritaria industria de la cultura de masas para jóvenes.

Pero uno aunque siempre lo supo, descubrió que Sivio es un tozudo creyente en la revolución cubana, de la que no le apeará ni la razón, ni la mayoría de la gente: traza su final de mártir y sugiere que le cortarán “el badajo” (lo cual no deja de ser un tamaño pretencioso). Muchos de los sentimientos con los que nos automanipulamos para confluir con el ídolo, con el cantor, son instrumentos de  propaganda de la revolución cubana que se nos cuelan entreverados, como el tocino está en el chorizo, en sus canciones.

La realidad de la revolución cubana es la de un país de Centroamérica que siempre estuvo económicamente mejor que Nicaragua, Costa Rica, El Salvador, Panamá, Honduras, Guatemala, Jamaica, y que ahora está igual o peor que la mayoría de ellos. El hecho diferencial es la revolución de los barbudos.

La única experiencia militar de Silvio, que nos habla tanto de fusiles y de balas que chocan en un campo de guerra, fue como animador de una pequeña guerra imperialista que se dio en Angola y Namibia, en la que un país tan pobre como Cuba hace de peón o de alfil de la guerra fría, cosa que nunca hicieron los países de centroamérica.

Pero el “minuto de oro” de Cuba en la historia universal sucedió cuando a comienzo de los años 60 Fidel Castro quiso instalar misiles nucleares rusos para destruir Estados Unidos con la ventaja de que por la cercanía no podrían ser neutralizados por los norteamericanos. Fue un envite al que Kennedy respondió con un órdago, que los rusos afortunadamente no quisieron, y se la tuvieron que envainar. Hubiera sido la tercera guerra mundial, con lo que la cuarta, según Einstein, sería con palos y piedras.

El resto de la historia de la revolución cubana son subsidios de los países comunistas hasta los años 90, zafras heroicas, alivios permanentes de población disidente que emigra,  por razones políticas, pero fundamentalmente económicas, convirtiéndose en los balseros tan desesperados como los que cruzan el estrecho de Gibraltar o el Río Grande o otros estrechos entre la miseria y la prosperidad que hay en el mundo.

Hoy Cuba recibe subsidios de Venezuela y remesas de los “gusanos” que unido al turismo, -mucho de él sexual-, hacen que se mantenga con represión y con muchos recortes, el régimen castrista. Y ahí sigue Silvio con su fe, apuntalando el régimen.



(y todo esto lo he escrito porque lo pienso, y además, porque quería copiar un poco a Onetti)

 Desde muchos años atrás yo había sabido que era necesario meter en la misma bolsa a los católicos, los freudianos, los marxistas y los patriotas. Quiero decir; a cualquiera que tuviese fe, no importa en qué cosa; a cualquiera que opine, sepa o actúe repitiendo pensamientos aprendidos, o heredados. Un hombre con fe es más peligroso que una bestia con hambre. La fe los obliga a la acción, a la injusticia, al mal; es bueno escucharlos asintiendo, medir en silencio cauteloso y cortés la intensidad de sus lepras y darles siempre la razón. Y la fe puede ser puesta y atizada en lo más desdeñable y subjetivo. En la turnante mujer amada, en un perro, en  un equipo de fútbol, en un número de ruleta, en la vocación de toda una vida.

(...) para concluir, un hombre contaminado por cualquier fe llega velozmente a confundirla consigo mismo; entonces es la vanidad la que ataca y se defiende. Con la ayuda de Dios,  es mejor no encontrarlos en el camino; con la ayuda propia, es mejor cambiar de vereda.

Juan Carlos Onetti. Dejemos hablar al viento (1979)

jueves, 5 de julio de 2012

Juan Carlos Onetti, un escritor de alta cocina.


Leer a Onetti es un castigo, es la extenuación de la maraña. Hay que tomar sus libros de buena mañana, fresco, sin música de fondo, con ánimo para pelear por la degustación de  su lenta belleza, haciendo pressing sobre su abrumador despliegue de imágenes.

Y además uno juega en su campo, porque él siempre juega en campo propio, el estadio de Santa María, con el doctor Díaz Grey y compañía, pero a la mínima uno entra allí de visitante y se pierde, baqueteado, hipnotizado entre tanto tropo malabar, y su mente deserta a pensar en otras cosas mas sencillas. (1) Una vez que se da uno cuenta de que lleva varios párrafos resbalado en las metáforas, vuelve y lo disfruta, lo paladea y lo comprende a sabiendas de que se olvidará de todo lo releído dentro de un par de páginas.

No me cabe duda de que es un grandísimo escritor, pero un lector como yo necesita una tregua, un llano argumental donde recuperar el resuello y poder asimilar que este hombre no siembra historias, sino que hace barbecho en la mente del lector.

El barbecho debe ser un laboreo productivo, generador, especialmente para los que queremos ser escritores; -esperemos-,  pero la vertedera de este virtuoso le hace a uno sentirse lelo, pequeño, ridículo, pretencioso.

He puesto ese título de escritor de alta cocina, porque es así, aunque creo que nadie puede vivir alimentándose a base de delicatessen y platos de extraños y sorprendentes sabores, por muy bien combinados que estén. Yo, por lo menos, no: necesito, pan y patatas y garbanzos y filetes con cierta frecuencia, para saber que estoy comiendo.

Tengo ocho libros de Onetti. Recuerdo que en su día leí “El Astillero”: nadie me pregunte de qué iba, no podría decirlo ni bajo tortura. No conservo nada; creo que me gustó, pero estoy casi seguro de que me patinarían sus metáforas, y no sé en las relecturas cuantas cazaría y nada encuentro en mi memoria de argumento. Años más tarde, de alguna biblioteca pública cayó en mis manos “Tan triste como ella y otros cuentos”. Me parecieron sublimes sus bocados de lectura y quise comprármelo, cosa que hice en una oferta de Mondadori que tenía el Corte Inglés de Zaragoza hace 13 años, pero tengo pendiente leerlo con toda la dedicación exigible por primera vez: algún día.

Espero que me queden cuarenta o cincuenta años de vida, aunque no sé si voy a ser capaz de desayunarme estos libros, (entreverados con otros, porque es imposible leerlos todos seguidos) como se merecen. Y además seguiré suicidando mi vida, comprando todos los Onettis que se me presenten a un euro.



PD.¿Por qué la gente se deshará de ellos?

(1)Reposdata. Además Onetti es nefasto para mi línea, con frecuencia el pretexto de descansar de su lectura me hace levantarme al frigorífico para picotear. Esta mañana, después de pecar, me lancé a escribir esta venganza.

lunes, 2 de julio de 2012

Una impostura.

He acabado a uña de caballo el libro de las supuestas memorias de Niceto Alcalá Zamora. Convendréis que no está bien que un tipo como yo, que está escribiendo un libro sobre la República y la Guerra Civil, lea de esta manera los diarios de uno de los principales protagonistas; nada menos que el presidente de la república de abril de 1931 a abril de 1936. Es que estoy persuadido, casi seguro, de que estos diarios son falsos.

Es un texto que está bien escrito, con buen estilo, adecuado a la época y con muchos nombres. Lógico si es original, pero mucho más lógico si es una suplantación. La impresión que tengo al leerlo es la misma que de las “películas de tesis”: este era un tipo de película falsa, pretenciosa que sólo trataba de llevarte al huerto de une idea repetitiva y machacona, mientras lo demás resultaba accidental. Así me ocurre con este libro, según el cual a Niceto Alcalá, siendo presidente de la República en la cuesta abajo del 36, le preocupaban la mayor parte del tiempo dos cosas: el pérfido Azaña, recién entrado a presidir el gobierno, que le tiene marginado de todo y conspira contra él, y la crisis del partido socialista entre el ala moderada de Indalecio Prieto y el ala extremista de Francisco Largo Caballero. Si menciona que Gil Robles le ataca pero eso no le preocupa. Poco le preocupan Hitler y Musolini, y las tensiones que pudieran estar surgiendo con Francia y Gran Bretaña y, soprendentemente, nada le preocupan la potencia ya dominante de Estados Unidos o nuestra, siempre presente, Iberoamérica.  Tampoco la crisis económica o las fugas de capitales, (esto sale de soslayo, pero casi parece que las justifica).

Es muy raro, parece como si Don Niceto estuviera preocupado, ya en 1936, por reforzar las tesis de los llamados historiadores revisionistas de la Guerra Civil.

Me puedo equivocar. Yo no he visto, ni puedo ocuparme de ver los originales, sólo soy un aficionado que quiere rescatar y publicar esos momentos históricos concretamente relacionados con un pequeño valle de Ávila. Desde mi humilde condición de no historiador académico, no me creo este libro, Veréis las rocambolescas maneras de aparecer que tuvo: una familia en 2011 que lleva poseyendo esos papeles desde 1936, no se le ocurrió vendérselos al régimen franquista (a quien favorece su divulgación), ni sacarlos de España para que fueran publicados por Ruedo Ibérico u otras editoriales francesas durante la dictadura. No se les ocurre acercárselos a Hugh Thomas, ni a Jackson, ni a Gibson, ni a Preston, ni al derechista Payne. Sobre todo, no se les ocurrió sacarlos a la luz para su venta en la transición, donde los libros sobre la guerra civil se publicaron como rosquillas. Es ahora, (y parecería, -esto no se llega a decir- que debido a la crisis económica que, como todo el mundo sabe, provocó José Luis Rodríguez Zapatero), que una familia que los robó, recogió y guardó quiere vendérselos al historiador derechista Cesar Vidal.
En el libro hay demasiadas excusas para encontrar un camino creíble de la autenticación. Incluso aparece en páginas centrales una fotografía de los supuestos manuscritos escritos a mano sobre el anverso y el reverso de un impreso que reza el presidente de la federación de doctores el Dr.  Don Niceto Alcalá Zamora aprovecha gustoso para ... a  dicho señor las seguridades de su distinguida consideración. 

El botón de muestra que se nos presenta es un escrito lleno de enmiendas y casi carente de puntuación,  mientras que lo que se recoge en el libro está bien puntuado, y escrito con pulso narrativo firme; aparece un testimonial añadido en corchetes, cada veinte páginas, completando una palabra omitida. Pero además, según la introducción de este libro,  tenemos en esta memorias páginas escritas a máquina y escritas a mano por un escribiente (que nos dicen, no sé por qué, que era de extrema izquierda  aunque muy fiel al presidente)

En los años ochenta o noventa saltó el escándalo de unos diarios de Hitler, que –claro- se miraron con cien lupas y se demostraron falsos. Yo no creo que estos se hayan escrutado así. Además opino que es muy fácil crear unos diarios a máquina de los años treinta. Sólo es necesario encontrar papel en blanco o impresos de la época. En montones de sitios existe, (en mi juzgado de Mombeltrán, sin ir más lejos, había cientos de folios o de impresos donde se podía escribir “en sucio” guardados en carpetas). Hay miles de ayuntamientos y organismos en España donde encontrar papel de este tipo si se busca y además se lo pueden regalar a uno porque no sirve para nada más que anotar cosas o tomar algún apunte, pero para eso siempre sobra papel, también sirve  para ocupar espacio en los archivos, por eso, se suele tirar cuando se encuentra. A continuación, haría falta una máquina de escribir de esos tiempos; habrá miles en España, millones en el mundo, en manos de coleccionistas, anticuarios, etc por poner un ejemplo: en casa de un tío mío hay una.

Con estos asequibles mimbres, cualquiera que sepa un poco, -quienes han escrito este libro saben mucho- puede escribir lo que quiera. En la anterior entrada yo titulé clarividente Alcalá Zamora, y es la impresión que se reafirma durante todo el libro: el autor conoce el fin de la historia(1). Cualquiera que releamos nuestros propios diarios de juventud podremos darnos cuenta  que están llenos de juicios de valor sobre personas, que al final se demostraron falsos, de personas que impresionan muy positivamente y que luego te decepcionan y luego te vuelven a convencer, de sucesos irrelevantes en la vida, que entonces parecía que iban a ser capitales... esto no lo he visto en estos diarios y sí se encuentra en los de Azaña. Para mí son falsos.



Luego están las citas a pie de página para reforzar la tesis. Pondré sólo una que podría resumir la tesis del libro:

La animosidad de Azaña contra Alcalá-Zamora fue elemento decisivo para el desencadenamiento de la Guerra Civil. Azaña sentía obsesión contra Alcalá Zamora, no se sabe por qué razones, perdidas en lo más profundo de su ser. Lo odiaba y en todos los casos en que pudo atacarlo, hasta lograr su destrucción en el orden político, lo intentó. No cabía creer que Azaña actuara frente a Alcalá Zamora con visión patriótica, ni con el propósito de salvar a la República. Su inconsciencia le iba a llevar a romper el orden legal constituido, sin darse cuenta de que provocando su caída, por más hábil que fuera la maniobra, el orden legal se destruía y el único dique que contenía a cierto grupo de militares desaparecía.

Y el autor de esta cita es Guillermo Cabanellas  un libro llamado La Guerra de los mil días. Pg. 294. Este señor debe ser hijo de un general de los sublevados, Miguel Cabanellas, uno de los verdaderos causantes de la guerra civil a los que tratan de soslayar de responsabilidad libros como éste.





(1) y además ha leído los diarios de Azaña, a los que en muchos casos, rebate. No es creíble que Alcalá Zamora tuviera en los años 30 un servicio de espionaje que le llevara a conocer los que después serían los diarios más famosos y auténticos (los de Azaña) toda vez que Don Niceto se queja continuamente de que no tiene casi información del exterior, porque el gobierno todopoderoso se la hurta.