sábado, 9 de febrero de 2013

Josep Plá Barcelona, una discusión entrañable.


A ese hombre de la gancha que fue mi abuelo Baldomero Garcinuño Zazo, aunque votó al  Frente Popular, le tocó hacer la guerra con los nacionales y la terminó en Barcelona. Se enamoró de la ciudad de tal manera que dijo que si algún día se perdía, que le buscaran allí.

Nosotros viajamos a Barcelona en el verano de 2008 y también nos enamoramos. Es el viaje más importante que hemos hecho. En ningún sitio hemos veraneado ocho días seguidos y de ninguna parte nos hemos vuelto con la sensación de que nos quedaban tantas cosas por ver. Siento no poder enseñaros fotos porque ahora los señores de blogger me lo ponen muy difícil, pero creed que mí cámara y la de mi hija se enamoraron de Barcelona hasta el punto de agotar sus tarjetas de memoria.

(Recordando en el anterior costoso sistema de carretes, pensé y proclamé que seguramente la cámara digital la inventó algún japonés, viendo que no hacía más que comprar y quemar carretes en una ciudad tan agradecida para la vista.)

Hace una semana compré el libro de Josep Plá Barcelona, una discusión entrañable y ya veis que no he tardado en leérmelo. Plá se revela como un urbanista muy crítico, por ejemplo, del Eixample, del ensanche cuadriculado que surgió a finales del XIX que a mí y a mi cámara nos encantó, porque lo que para Plá eran novedades superfluas que pretenciosamente querían ser París sin lograrlo, para nosotros aquellos balcones, hierros y decoraciones eran bellezas consolidadas por el tiempo y nos resultaron tan venerables que si terminábamos por bajar la vista era sólo por dolor de cuello.

Josep Plá escribe muy claro y bastante gracioso y con su insobornable personalidad nos regala este extraño elogio barcelonés, cuya copia dedico a unos conocidos y declarados  seguidores (empedernidos fumadores) llamados Tomás, Pablo y Javier, que si lo estuvieran dejando les rogaría en nombre de la Razón verdadera que no leyeran lo que a continuación sigue: el régimen metereológico dominante en Barcelona, como en todo el levante peninsular, hasta el cabo de Tossa, sometido al clima africano con vientos del sur, jaloques y ábregos, que transportan un elevado grado de humedad, hace que en Barcelona el tabaco sea magnífico, que el lugar sea adecuadísimo para fumar. Todo lo contrario de Madrid donde la altura de la ciudad y la sequedad del aire cristalino crean un tabaco seco, deshojado, desprovisto de sabores.

No estoy especialmente enamorado del clima de Barcelona. El grado de humedad que hay en la ciudad durante casi las dos terceras partes del años no ha sido nunca mi ideal; es un clima que favorece la jaqueca, el dolor de cabeza, el reumatismo, el entumecimiento del cuerpo, las formas más elementales de la sensualidad. Pero estos vientos y esta humedad que al anochecer moja las aceras y empaña la luz de las farolas, mantienen el tabaco en un admirable estado de conservación, de perfume y sabor. La hoja no se apergamina, ni se agrieta, ni adquiere una rigidez palpitante. Se mantiene densa, carnosa, hinchada, suave, y su perfume exhala ese punto de materia en descomposición que en el paladar y en la pituitaria del fumador no tienen rival. Por aquel entonces los cafés burgueses de Barcelona desprendían un magnífico olor a puro de La Habana. (...)

 

El perfume del tabaco de hoja en Barcelona llega a tener una intensidad tan grande que logra teñir el espacio de los espectáculos al aire libre, como por ejemplo las tribunas de los campos de fútbol en los partidos del domingo por la tarde. A menudo lo mejor de esos partidos es el humo del puro de la Habana que en ellos se respira –esa neblina azul, suave y aterciopelada (...)

 

Volviendo a mí, que soy el tema de todo el blog: no sé si en la vida que me queda me dará tiempo a ver Roma, París, Londres o Nueva York (a Viena la tengo muy trillada; nunca me pierdo el documental que ponen en el intermedio del concierto de año nuevo y es tan preciosérrimo que creo que, vista al natural, Viena me decepcionaría)   enamoradizo como soy, sospecho que lo haré también si tengo tiempo de verlas. Pero, de momento, sigo proclamando mi amor por Barcelona.

 

PD: en el año 93 estuvimos en Lisboa y también me enamoré de sus hermosuras. No cabe duda de que ir -ya con mi hija y gozando suplementariamente los reflejos en sus ojos- a Barcelona fue un hecho diferencial para que arraigara este amor más profundo.

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