viernes, 1 de marzo de 2013

La forja de un melómano 4 (y llegué al jazz)

Yo era un intransigente musical, aunque ya no creía en Dios, para mí sólo existían los Bach, y Beethoven, y sus parientes, ahijados o discípulos  Tárrega, Villalobos,  Albéniz, Schubert, etc. Lo demás era música impura y con una calidad devaluada, puramente comercial. Los Beatles o Elvis Presley, de los que tenía cintas de casete antes de mi intransigencia, no eran dignos de alojarse a su lado, así que guardé en otro sitio lo que tenía de ellos. El jazz era demasiado "americano", yo era antiamericano, Iba con los argentinos en la guerra de las malvinas, y me gustaba más Chaikovski que toda la músicia americana junta. En aquellos momentos yo despreciaba rabiosamente las películas musicales, y me rasgaba las vestiduras como un estúpido diciendo ¿y ahora por qué se ponen a cantar?

Mi caída del caballo sucedió en Salamanca, en la desaparecida pensión Lucero. Allí se alojaban unos conocidos de Ávila y sabiendo que yo tocaba la guitarra, me hablaron de un compañero de pensión . Un tal Santiago Gutierrez, de Torrelavega "que toca muy bien la guitarra, pero no música como la tuya". Un domingo, estando yo de vista, me lo presentaron. Yo tomé su guitarra con intención de dar un testimonio del dios verdadero y toqué la verdad es que bastante bien "Recuerdos de la Alahmbra", pero él, lejos de impresionarse, se puso a tocar Sentimientos de Baden Powell y otras músicas flamencas y jazzisticas que improvisaba. Este joven tocaba con una púa cogida con el pulgar y el índice y luego arpegiaba con el resto de los dedos de la mano derecha incluido el meñique, que los guitarristas clasicos no usamos más que para rasguear. Una técnica que aunaba lo mejor de los dos mundos, la potencia percusiva de la púa y los dedo para arpegiar o dar notas simultáneas.
Aquél Santiago respiraba muy bien la música, con el movimiento de mano se volcaba en escalas vertiginosas, mucho más rápidas en una cuerda de lo que yo pudiera soñar. No sólo eso: él sabía teoría, era capaz de explicar su música, tocarla de varias maneras y no se perdía nunca, porque se hubiera sabido encontrar enseguida. Tocaba una pequeña guitarra clásica, su sonido no estaba contaminado por la electricidad, (Cosa que para mí hubiera sido el colmo de la impureza) y también interpretaba flamenco con aquel estilo tan poco académico. Enamorado de su toque, desde esa tarde empecé a decirme ¿y por qué no?
Vencido mi purismo, siempre que pude le obligué a tocar para mí. Era un monstruo y yo nunca más me atreví a tomar la guitarra ante él.
A Santiago le gustaba el clásico pero como una música buena más. Yo, por falta de técnica conocimientos y empeño, nunca he podido tocado bien otra música.
Derribada mi muralla, empecé a comprar, baratas como siempre, cintas en los mercadillos. También restos de la colección los grandes del Jazz. La de abajo es deliciosa: una orquesta checoslovaca y un trompetista negro tocando gamurosas melodías con un sonido muy elegante. Qué decir de la maravillosa West Side Story, para mí una de las diez mejores películas de la historia. Y la que tiene mejor música.
"Para los Amantes de Duke Ellington" es una sorprendente grabación de una big band española,  dirigida por Francisco Burrull. Entonces se hacían versiones "no originales" para los pobres como yo. Esta versión es pulquérrima y todos los instrumentos se entienden a la perfección además de tener mucho swing. Creo que me gusta más que la "original".
Entre estos gozos y las lecciones de vida de Santiago me abrí definitivamente a todo lo ancho de la música.



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