lunes, 29 de abril de 2013

Buena Nueva (2)


EL SITIO

No creo que durmiera bien. Ya no lo recuerdo, pero seguramente dormí mal. Han sido muchas noches de inquietud y ya no sé discernir cuáles han sido más intranquilas. Soy muy responsable y me es fácil sentir culpas, aunque no sean mías, y lo pago en sueño.

El primer día llegué pronto, sobre las ocho y cuarto, sólo estaba un compañero madrugador, que ya me advirtió, confirmando mi impresión telefónica, de la jefa-secretaria. Fueron apareciendo compañeros: me preguntaban dónde había trabajado, de dónde era, a quién conocía y cosas así. Me empezaron a mostrar como empezar a ventilar las tareas que había encima de la mesa y me ocupé, atropelladamente,  como pasa siempre, de ir conociendo aspectos de mi trabajo. En mi acoplamiento tenían que facilitarme claves del ordenador, los vericuetos del programa informático, darme de alta en una cosa que se llama Lexnet, solicitar de la Fábrica Nacional de Moneda y Timbre una tarjeta personal con microchip, enseñarme las cosas que no había que usar del programa, de otra aplicación informática que se llama  E-Fidelius y que es para reservar las salas de los  juicios que fuera señalando, de cómo realizar embargos telemáticos, averiguaciones domiciliarias integrales,  entrar en Hacienda para retener devoluciones tributarias, en la Seguridad Social para buscar situaciones laborales o de pensiones, de cómo importar documentos del escáner comunitario... todo con sus procedimientos, escapes, intros, dobles click de ratón, más trucos para atajar y claves propias. Para todo esto, estaba dispuesto que vendría una informática profesional, que se sentaría a mi lado y me instruiría a fin de no coger los vicios y los atajos que los compañeros hacían en el programa. El protocolo era  que es mejor aprenderlo todo con una experta informática, -que para eso está-, que me debía asistir y presenciar cómo ejecutaba mis primeras gestiones complicadas. El problema de la instructora informática era que venía poco, y cuando lo hacía, siempre estaba solicitadísima para solucionar o ser consultada por la secretaria que, como tiene unos seis o siete años más que yo, es manifiestamente torpe con las nuevas tecnologías.

La informática es llamativa: parece una japonesa de los comic “manga” aunque es alta y  espigada, se calza  con elevados tacones que acentúan una desproporción desequilibrante. Creo que es miope. El cristal de las gruesas gafas que lleva, agranda sus ojos hasta asimilarlos a aquellas japonesas transformadas. A esto le une un pelo lacio,  y que casi siempre la he visto con colores negros. No sólo sabe de informática, también sabe de derecho y no es nada tonta. Que una mujer se siente a mi derecha, más en días de tensión,  hace que tenga yo una sospechosa humedad fluyente en mi sobaco; entonces trato de asfixiar la sensación  y limito la movilidad de mi antebrazo para encerrar al monstruo. La situación se agrava cuando uno tropieza con el ratón y la aplicación informática no entra donde debe,  y  uno se siente torpe y que manifiestamente no sabe todo lo que, por edad y experiencia debía saber, ni de informática, ni de derecho. Todo eso se acentúa con los movimientos de trilero que hacen todos los profesionales de la materia con el ratón o con las teclas de función, mientras te dicen que “esto es muy importante, apúntatelo”.

Ocurre que en todo el edificio de juzgados hay más de cien ordenadores y tienden  al infinito los problemas que pueden ocasionar, con lo que muy frecuentemente suena el teléfono móvil de la chica, que se levanta y dando pasos aclara conceptos maternalmente mientras mira al suelo y yo espero. En ocasiones tiene que marcharse interrumpiendo mi instrucción para desatascar o restablecer conexiones. La chica siempre prometía que vendrá pasado mañana para ver mis progresos y ensayar una cosa nueva, por no aturullarme. Pero nunca lo cumplía y yo he terminado resolviendo, con ayuda de los compañeros, la mayoría de las cosas.

En aquellos momentos iniciales yo columbré que la moza informática tenía, por eso de que le solucionaba problemas,  mucho ascendiente sobre la secretaria-jefa, y suponía que ésta le preguntaría si yo era inteligente y capaz, por lo que, angustiosamente, me interesaba ofrecer la  mejor imagen de mí, para que se la trasladara a ella, así que el sobaco acusaba redobladamente esta tensión.

 

A todo esto: el trabajo hay que intentar sacarlo adelante. Esto no era posible para mí aunque siempre hacía algunas cosas, pero al principio, el grueso del trabajo que me correspondería fue repartido entre mis compañeros, que de unas manera o de otras, me lo hacían saber, de vez en cuando me decían “ya te he hecho eso, apúntatelo, ahora no tienes más qué... cuando venga...” Y yo decía que sí a todo.

 

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