miércoles, 3 de julio de 2013

EUSEBIO MAYALDE, EL LUTHIER CHARRO


Tengo la suerte de vivir en su provincia, Salamanca, y así, con pequeños desplazamientos, puedo seguir a este visionario del arte escénico; un músico enmascarado entre instrumentos de cocina y cachivaches de chamarilero que ofrece lo mejor de su cuerpo y de su alma, y de la transmigración de su alma, que es su familia, (antepasados incluidos, que también actúan) por la causa.


Y uno no sabe si “la causa” es ganarse la vida dignamente con su arte, vender el áspero y más bien monocromo folclore charro, o dictar clases de filosofía de vida. La suya no es otra que rescatar los saberes y las artesanías con las que hemos vivido los pueblos durante milenios y que, desde hace unas décadas, se arrinconaron, oscurecidas por las brillosas pantallas de la comunicación y las incomunicaciones.

No sé si la frase primero conócete a ti mismo es de algún filósofo o el lema del oráculo de Delfos. De lo que estoy seguro  es que el mejor maestro no es el que te inocula conocimientos, sino el que te enseña a encontrar en tu interior la sabiduría. Eusebio entiende de esto: y que todavía dentro de nosotros existen unos valores tradicionales, depósito de los que nos antecedieron y nos criaron. Yergue en el escenario su largo oficio de partero, para desentrañarnos, rítmicamente, como músico que es, aquellas entrañas recónditas. Gracia y voz, ironía y mayéutica, parábolas y cuentos, este artista también sabría sembrar conocimientos, pero, como buen macho, prefiere fecundarlos, y lo hace por sí mismo, pero también con inteligencia y maña se ayuda del viento y de las abejas. Los espectadores, que sólo creíamos ser unos espectadores,  aprendemos, asistimos a la luz de nuestro alumbramiento sin casi darnos cuenta, tan subyugados como convencidos.
Mayalde, que no es sólo Eusebio, reivindica la esencia esencial frente al papanatismo vergonzante. Contra esa pueril aculturación  que es ir corriendo detrás de todas las vistosas modas foráneas del comprar, semiusar y tirar. Aprendemos que ya sabíamos que el valor de las cosas está en aprender, construir y transmitir.
Entender y apañar; y nunca tirar: la tradición tiene mucho que decir para enseñarnos a apañárnoslas frente a la incertidumbre  de  extravíos  adonde estamos ahora empantanados.

Es la herencia, -nuestra herencia, nuestra vía, a la que no debemos terminar de renunciar-, lo que pregona Mayalde con el ejemplo, encarnado en familia de cuatro miembros; que  aprendió, sabe y se prolonga naturalmente en el amor a lo esencial.


Y Eusebio oficia de pontífice con la Tradición, y valiéndose de su artesanía de luthier y seguramente de seguidor de “les Luthiers” para elaborar muy cuidados monólogos, del género más moderno y americano, a los que no les sobra una coma, ni les falta un efecto. Este artista del efectismo se sirve no sólo de su torneada voz y de instrumentos tan tradicionales como cucharas, sartén, caldero, mesa o zambomba; tampoco se arredra de inventar un contrabajo rústico que nunca existió, hecho con cañas y una cuerda, porque Mayalde es un músico, detrás y a pesar de todas sus máscaras, y accede a lo que le pide la dinámica musical para envolver su mensaje. Como los artistas verdaderos no tiene problemas con fronteras, así que uno de sus números más espectaculares está montado en una chalaparta vasca.
En su espectáculo se asiste a una vida ejemplar,  una sagrada familia clamando contra las obsolescencias programadas por los mercachifles que nos manejan.
Y después de divertirnos, Eusebio nos encomendará siempre el más simple mensaje de resistencia: que nunca dejemos de reunirnos  para cantar juntos.

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