miércoles, 28 de agosto de 2013

En el verano de 2004. RECUERDOS DE UN TRABAJO BASURA. (y 2)

El lunes siguiente en el salón municipal de plenos reunieron a esta fauna de desechos humanos y raciales. Se trataba de hacer grupos para diversas tareas, (entreverando sexo débil, vagos conocidos y esta raza tan reconocida), con gente que tuviera pinta  de potenciales semitrabajadores que pudieran tirar del grupo. El alcalde tomó la responsabilidad de distribuirnos. Sin ningún preámbulo, realizó  muy groseramente la advertencia de que el horario era de siete a tres. (Trabajamos para el Ayuntamiento, pero fuera del convenio municipal, que era de siete horas). Y este año va a haber mucha más vigilancia, así que tomároslo en serio que si hay que echar a alguien se le echa.  La gente quería ir con sus “amiguitos” de otros años, y al alcalde trataba de evitarlo. Iba diseñando grupos para hacer diferentes tareas: un muro en el Castañar, una pared en “El Bosque” limpieza de caminos, pintar las líneas de la carretera... Este trabajo es de los más difíciles de burlar, porque se hace en plena ciudad a la vista del público, y además también lo ha de realizar gente con experiencia y cuidadosa, así que los que querían trabajar y sabían hacerlo se apuntaba a esa actividad por no tener malos rollos con vagos y abusones.  En un momento alcalde solicitó un voluntario para la herrería, alguien que sepa, y como yo me he pasado parte de la niñez dando a una manivela de un ventilador que oxigenaba la hulla que daba calor a los punteros que mi padre afilaba y templaba,
-¡Yo! Mi padre tenía una fragua y yo le ayudaba
Dije, más que nada, por huir de que me encuadraran con aquel  tipo de compañeros.

Iba de ayudante de un obrero que estaba allí, aparte, a quien el alcalde no quiso renovar un contrato legal y ahora lo tomaba en uno basura con la idea de que hiciera barandillas, verjas, o puertas. – eso me dijo-.
Estupendo, -me dije yo- porque podía aprender un oficio. Pues yo no tengo ni idea de soldar, -le respondí-
Pues aquí vas a aprender, -me aseguró-.

Este obrero me llevó a los almacenes municipales, que es donde está la herrería. Fuimos bien recibidos por los obreros de plantilla que paraban para el bocadillo y comentaban la “putada” de que hubieran echado a ese compañero y que ahora él tuviera que trabajar a precio de saldo.  Yo miraba el lugar de trabajo, la herrumbre, las borriquetas, las barras y los listones metálicos, todo tiznado y con olor a carbonilla. Estaba calculando de donde podrían llegar los peligros para mi piel.
Pero estaba sucediendo que algún sobrino de alguien, que estaba “recomendao”, había cometido el error de no levantar el dedo antes que yo cuando dijeron herrería, y después de callarse. Sería uno de tantos con pocas luces. Le habían mandado a un anejo llamado Fuentesosa, con Pepe el Patachicle: un cojo de 32 años, pelo heavy, y muchos tatuajes torpes, monocromos, azulones: inequívocamente carcelarios. En cuanto los vi no tuve duda, pero poco después me dijo que estaba con ”la condicional” y que tenía que ir todos los viernes a Plasencia, “a mear”; es decir, que pasaba un control antidroga para seguir disfrutando de la calle.

Acabo de anticipar detalles del final del capítulo en el que tras algún telefonazo móvil, el propio Alcalde en persona se presentó en la herrería y me preguntó que si había cortado alguna vez hierros con “radial” a lo que le contesté la verdad: que no, entonces me dijo que, como podía ser peligroso para mí el manejo de esa herramienta, yo debía intercambiarme con otra persona “el nepote descarriado en tan desrecomendable compañía”. Si le hubiera dicho que sí estoy seguro que me habría dicho que si había soldado alguna vez con “autógena” y así hasta que hubiera llegado a algún puerto donde enganchar esta excusa, que no le sirvió de nada para quedar bien conmigo, porque yo ya había oído las llamadas que se habían hecho y recibido preguntando por el sobrino en cuestión.
Pero el político no podía decirme la verdad de que este puesto era para un recomendao.

 Y a las doce me llevaron en coche a Fuentesosa, pueblo anejo que ya conocía porque ya habíamos realizado la típica excursión dominical familiar por esos alrededores. Bonito entorno. Cuarenta habitantes como mucho. Hallé al Pepe antes mencionado, que estuvo también el pasado año en este destino, con dos coleguitas matando el tiempo en este chollo del que nadie se ocupa, "pasan de tí". "El alcalde Manolo es un tío enrollao y no exige mucho". "Con decirte que me han vuelto a contratar este año".
Acabóse la primera jornada de cigarros y sentadas. A las 2, 20 h. dijo que nos íbamos, y apareció lo peor: el cojo era un piloto aficionado a los ralis, con sus barras cruzadas y su grupo sanguíneo. Por supuesto, tenía coche tuneado con un alerón. Y yo me tenía que ir con él. Ya sabía que no valgo para copiloto de carreras. Con ánimo de frenarle un poco (y de salvaguardar mi vida) Realicé dos advertencias en cinco kilómetros, (yo no estaba dispuesto a pagar tan cara una experiencia real a cambio de 18,03 € brutos, y nunca más brutos que es día). Estoy seguro de que me apretaba hacia atrás en el asiento, y resoplaba, con algo muy parecido al verdadero miedo. Me dio la impresión de que el tipo disfrutaba haciéndomelo pasar, entonces supe que el buen rollo no iba a nacer entre nosotros.

Martes Quedamos a las 8 en el Bar Transportes. Yo no entro en bares ni con mi amigo Pablo y no se me iba a ocurrir a entrar con ese maleante. Cumplidor, me planté a las 8 menos cinco por corazonada. A las ocho y cuarto otro coche distinto, el Patachicle se subió  a la acera:
Tío, he perdido las llaves del local de las herramientas y te he pasado a buscar a las ocho y no estabas.
Mi respuesta contundente,  enseñando mi reloj, fue “Pa que te enteres, llevo aquí desde menos cinco”.
Pero el Patachicle no se ofendió; gente así está bien acostumbrada a que lo pillen de por vida por mentiroso, así que siguió hablando como si nada.
Me fui enterando en muy poco tiempo que era sea un minorista de drogas. Uno de sus tatuajes es la clásica hoja de marihuana, y su teléfono sonó demasiadas veces esa mañana, y entreoí sospechosas elipsis. Manejaba dinero. Fumaba mucho, como si el tabaco no costara. Me dijo que las llaves las olvidó en Coria, adonde fue a comer. Coria está 100 Km. Sus negocios gravitaban en ese pueblo del noroeste cacereño.
Desde los primeros tiempos procuré alejarme de él en el trabajo y hacer tareas propias “a mi ritmo con la hoz” decía yo. Lo que no me apetecía era sacarle su tarea, que él arrimaría a la mía, aunque le daba igual.  Él declaró que con la hoz no se entendía bien, que a ver si le traían la desbrozadora. Al día siguiente le trajeron la desbrozadora  con la que hacía mucho ruido casi sin nueces. A la vuelta yo ya no sentí tanto miedo de su conducción pero e susurraba cosas como ¿por aquí no se ponen los de la Guardia Civil?: aquí hay muchos ciclistas, ¡qué peligro tienen¡, ¿Y nunca han matao a ningún ciclista por aquí?
Miércoles, Habíamos quedao a las ocho menos cuarto porque el alcalde pedáneo ya le había echado el alto con el horario: demasiados incumplimientos y exigencias en dos días. Acudí a menos veinte y esperé leyendo El Estrangulador de Manuel Vázquez Montalbán, hasta las ocho y cinco que fue cuando me volví a casa  y tomé las llaves para llevarme mi propio coche. He sentido una gran liberación, llegué y hablé con el alcalde pedáneo, que hasta ahora monopolizaba este Pepe. Le pedí una tarea para ese día, me fijó una y la hice cumplidamente en una hora y media, pero dejé toda la broza sin recoger para que se viera  el trabajo y después recogerla hacia las tres. En el interin me fui al campo a la sombra de unas piedras con el Estrangulador, y cayeron 62 páginas. De esa manera acoplé al trabajo, al sueldo y al hecho de gastar en gasoil  un euro diario de los dieciocho que me pagaban. Casi cumplía el horario y leía dos o tres horas mecido por el canto de las chicharras. Fui casi feliz. El delincuente muchos días no venía, nunca la jornada completa y no sé si al final le despidieron o el alcalde pasó de él. Yo me trabajaba mis tres o cuatro horas a buen ritmo y en los recreos me leí diez o doce libros, entre ellos Las Correcciones de Jonatan Franzen. Dejé el pueblo y sus caminos bien limpios de zarzas y de yerbajos, aparte de hacer una regadera y una piscina ayudando a un profesional de la construcción que contrató el alcalde.

Hace tres veranos fuimos a ver un cine al aire libre que daban en Fuentesosa y nos encontramos con Manolo el alcalde pedáneo que, al reconocerme, me preguntó:
Oye Juan, ¿dónde estás trabajando? que te pido ahora mismo. Nunca me han mandao un gachó mejor que tú.

Y lo dijo en serio, estoy seguro.

1 comentario:

  1. Juan me deleito con tus relatos. No siempre escribo, pero siempre leo.
    Un saludo.

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