miércoles, 4 de septiembre de 2013

Viaje a Galicia (3) En Vigo.

Sobre gastronomía, picaresca, malas prácticas y desesperación.
Galicia es un destino gastronómico sobre todo por sus frutos de la mar. Vigo quizá es  su puerto más importante, así que hay muchos establecimientos donde pueden degustarse, surtidos en opíparas bandejas, sus muy lucidos y variados pescados y mariscos.
Muy singular es “Calle de las ostras” donde a derecha e izquierda se presenta este molusco para que los turistas puedan probarlo por un precio razonable. Con el fin de incitar a entrar en sus restaurantes, que lo ofrecen con suma elegancia, atractivos camareros y camareras regalan sonrisas y sugerencias llenas de finura y educación a fin de sentar clientes a su establecimiento. Es muy bonito aquello. Uno se siente verdaderamente agasajado en esa pasarela, donde sería casi de mala educación mirar o preguntar precios; porque el lujo verdadero, -y allí lo es-, tiene el precio escondido para la selecta clientela; esa que, a diferencia de nosotros, no repara en gastos.
(Uno se sintió tan noblemente tratado allí entre tanta sonrisa y tanta clase, que le pareció demasiado plebeyo pararse a fotografiar aquella disposición y excelentes maneras de la excitante oferta. -Aunque luego lo echamos de menos al escribir o leer las líneas de este blog-.)

Pero no todos los que necesitamos comer en Vigo lo hacemos sin mirar el precio. En las afueras de este lujo extremo, con el que no pueden competir, y sobre los aledaños del precio notable de una mariscada  y un menú de 15 a 18 euros, se sitúan los papeleros, que en Vigo son especialmente voraces. No sé si esta gente  tendrá algún otro nombre, cada vez más abundan en todos los centros turísticos, de manera que uno, casi  sin comerlo ni beberlo, se encuentra con tres o cuatro impresos con oferta de menús.
En Vigo por un restaurante llamado Rías Gallegas se practica, ya lo he dicho, publicidad agresiva y carente de buenas maneras. No creo que me quede corto si afirmo que hay, por los alrededores de la zona más céntrica de restaurantes, veinte o treinta  personas ofreciendo la hoja de publicidad de ese restaurante. Pero no sólo te la ofrecen, te la explican y te rematan “con ofertas sobre la oferta”. También prometen regalar chupitos o entremeses adicionales, pero en lo que más insisten es en  acompañarte para que encuentres el restaurante y presentarte allí, que está a unos buenos ciento cincuenta o doscientos metros de donde se sitúan con sus redes y anzuelos.
¿Qué es esto? Me parece que los “papeleros” no pueden ser miembros de la plantilla del restaurante, sino autónomos cazadores o pescadores de turistas que cobrarán del restaurante una comisión por pieza capturada, cuando la presenten en el establecimiento.  Como son gente pobre y desesperada no denotan tanta formación y elegancia como aquellos atractivos chicos y chicas de la Calle de las Ostras, y no resultan compañía agradable: son parados, amas de casa o extranjeros, a quienes se les ve la prisa y la voracidad por llevarte del brazo para ganarse (calculo que un euro por persona) pero el dueño de este blog, a quien no gusta que le lleven del brazo a ningún sitio, rechazó ser un “pescado” tan manifiesto. Aunque decidimos con la familia ir por nuestra cuenta, pues parecía ser, por 10 euros, un menú variado, prometedor. Por el camino, viendo que nos dirigíamos a ese restaurante, otros papeleros se lanzaban a nosotros para acompañarnos: el último que aparezca en el restaurante con la pieza se lleva el apunte del triunfo.
Desistimos, rehusamos, amenazamos con no ir, pero no era suficiente: cualquiera de estos papeleros quería pegarse a nosotros para cobrar nuestra captura. En los últimos cincuenta metros, ya decidimos guardar el papel y declarar a todos aquellos que se nos acercaban: “ya hemos comido, muchas gracias”.


El restaurante es muy bonito y tiene muchos camareros, pero la comida fue la más escasa, mediocre y decepcionante -con mucha diferencia- de todo este viaje. Además uno entra a comer bastante violento pensando que  le gusta ser ni objeto, ni "ganado" y también reflexiona, aunque no colaboró, en las causas de la voracidad y la desesperación de los papeleros para comportarse así: la situación es apretada y el restaurante se aprovecha de todos los parados que puede para que le acerquen la clientela, y además, en muchos casos como el mío, le saldrá gratis. 
Todo resultó desagradable. Claro, que yo me consuelo diciéndome: esto lo tengo que publicar en el blog.

Perdí la publicidad y tampoco hice fotos de la movida, pero conservo el tiket: curiosamente nos cobraron la comida como "cajetilla de tabaco".

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