viernes, 11 de octubre de 2013

Perder el móvil: ganar la libertad.

El pequeño secuestrador.
Para mi madre es el mejor invento que existe, porque si tienes alguna inquietud por los hijos, llamas y se ha terminado. No lo niego como padre y, desde hace tres años, mi hija tiene teléfono móvil por ese motivo. (Claro, que ahora quiere un modelo de los de última generación: con internet, whatsap y estas cosas nuevas -pero eso es otra historia-.)

Yo creo que el móvil es un artilugio comunicador que también, (además) empobrece y desgracia notablemente nuestra vida real: su timbre o su melodía irrumpe en conciertos o en ceremonias pero también interrumpe -y creo que es todavía peor-, infinidad de conversaciones.

La conversación humana presencial es la manera con más solera y también la más rica de comunicarnos; consta no sólo de las ideas que llevan consigo las palabras: son muy importantes las miradas, las posturas corporales, la respiración, los gestos faciales, los acercamientos o alejamientos…, incluso hay gente que necesita tocarte mientras te habla. Todo eso es el relieve de la conversación.
 Creo que un póster gigante de Santiago de Compostela dista mucho de lo que yo vi allí hace unas semanas. Esa misma distancia habrá entre una comunicación telefónica y otra presencial, especialmente si se trata de una conversación personal. (Pero tampoco es esa la historia, voy a centrarme en las interrupciones)


Una llamada al móvil, puede interrumpir una discusión pero también una reconciliación. Una narración, un cuento, una hermosa declaración de amor, un razonamiento, la contemplación de un paisaje... Lo está haciendo constantemente, porque nadie apaga el móvil si no es por una causa muy justificada.

La perpetua disponibilidad a recibir una llamada hace que -debería escribirlo en mayúsculas- perdamos libertad.
Uno ya no puede ignorar una llamada, incluso deberá dar explicaciones sobre por qué no la atendió en el momento. Tendrá difícil inventar una excusa a por qué no ha llamado al teléfono que quedó registrado. 
Se abre otro tipo de comunicación; un hiper rechazo:
 “ni me coge el teléfono”.
¿Cómo es posible que no me coja el teléfono si la llamada la pago yo?

Creo que muchos tuvimos la suerte de disfrutar ininterrumpidamente muchas conversaciones profundas el siglo pasado, donde aún había la libertad para gozar de la intimidad. (Cuando yo nací ya existían Los Beatles y, ante mi hija, presumo de haber sido contemporáneo de ellos casi 6 años, parece increíble, pero fue cierto, como lo de las largas conversaciones sin interrupción)

Porque uno es una especie de troglodita si decide dar un paseo por ahí sin teléfono que le pudiera importunar sus reflexiones o sus percepciones. Todos los que marquen mi móvil pueden, cuándo y desde dónde quieran, y esté yo con quien esté, secuestrarme minutos.
Me parece muy mal trato el que, a cambio, yo pueda hacer lo mismo.



Como apuntó Cortázar: no te regalan un móvil, tú eres el regalado (a todos los móviles).



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