sábado, 30 de noviembre de 2013

FUTURO SIN FIESTA

La gente española (que es la que vive a mi alrededor) habla de crisis y echa la culpa al gobierno, a los gobiernos, a los políticos. Pero nosotros somos muy culpables.
Yo soy culpable.
La crisis principal es de ilusión, -o de sobreconciencia quizá-: debíamos haber poblado más nuestro viejo país. Yo no he tenido más que una hija y la mayor parte de mis amigos tiene uno o ninguno. Ningún amigo mío ni, ahora que lo pienso, tampoco mis veintitantos primos, ha llegado a tres.
Porque las cosas están muy difíciles, la naturaleza tremendamente retorcida y el mundo monstruosamente superpoblado. Pero superpoblado de tercermundistas pobres, que muchos sólo saben que lo que ansían no puede ser peor que lo que dejan, y que se montan en pateras o kayucos, se mojan las espaldas o saltan las vallas. Pero nosotros, aquí, no queremos un hijo de la falta de conciencia o la irresponsabilidad de sus padres. Yo, desde luego que no. Tengo una hija que será el depósito de lo que yo consiga y el sostén de mis debilidades de salud o seniles, pero no creo que mis amigos que no tuvieron hijos le vayan a dar "capital" para que progresen gentes de otra cultura, ni siquiera de otra familia. Procurarán, comérselo ellos, ahorrar, asegurarse el futuro, atrincherarse para lo que venga: eso es muy improductivo. Ni ellos ni yo tampoco creemos que estos desheredados vengan a sostener nuestra vejez. Hay poco que pactar por ahí.

El mundo (incluso el tercero) se mueve por la alegría, el consumo es alegría, la alegría es salud, la salud se tiene en la juventud, y la esperanza, y la capacidad de regeneración. Pero España se aletarga; morirá de vieja. Nos hemos equivocado, quisimos para nosotros y para nuestros hijos la comodidad que no tuvieron nuestros padres y no hemos jugado a la lotería de la vida. Así que vamos a perderla.

Mis padre entregó a mi abuela el último sueldo antes de casarse; era lo que se hacía. Mi madre también vino sin nada al matrimonio, y tardó 20 años más en trabajar fuera de casa. Mis padres se casaron y se pusieron a vivir en una habitación en casa de mi abuela, con ella y mis dos tíos solteros. Allí  nací yo, mi padre era cantero y trabajaba amontonando piedras que labraba que, contratistas de obras o intermediarios, venían, más pronto a más tarde, a comprarle. Esa fue toda su seguridad durante mis primeros 13 años de vida, entre tanto me hicieron un hermano, que ya nació en la casa que se construyeron, y una hermana. Todo sobre la marcha.

Pero mi generación ha requerido una base para empezar: trabajo fijo, preferentemente de funcionario, coche, casa propia, y el freno de mano "a mano", por si acaso. Nos hemos tomado la vida tan en serio que no la hemos jugado, por eso estamos tristes, por eso tenemos tan poco futuro.

Lo peor es que los que ahora tienen veinte o treinta años están aburridos, y mucho más desesperados; lo tienen más duro. Ellos ni recuerdan que se puede vivir, y jugar a la vida, a base de privaciones. Yo, por afición y de oídas, conozco la posguerra y (ojalá me equivoque) no estamos preparados para ella.

No sé si estáis a tiempo, sacad boletos para la fiesta. Si sucediera un empuje a la natalidad todo reverdecería.

La economía: Los abuelos pagan gustosos los caprichos de los nietos, los padres que pueden, (y si no hacen lo imposible) pagan gustosos los caprichos y necesidades de los hijos. Eso mueve la economía.
Los hijos rompen calzado, dejan pequeña la ropa, comen, piden juguetes, necesitan conocer el mundo, quieren bicicletas o motos, más tarde coches, llenan las escuelas, bailan música, aman.





PD este artículo me lo inspiró uno muy interesante sobre pensiones, que os recomiendo, de Comendador. http://diariodeunsavonarola.blogspot.com.es/2013/11/este-singanas.html

miércoles, 27 de noviembre de 2013

DELICIAS TELÚRICAS


Augusto Mon-terroso estaba ahí, en la tierra, sentencioso, esencial; escondido debajo del cuento del dinosaurio. Sin embargo es grande, es un Cortázar que escribiera como Rulfo o Borges. No sé si es de agradecer o una desgracia el que su obra centroamericana, guatemalteca, haya sido un río poco caudaloso al lado de los mejicanos, amazónicos o australes. Digo lo de agradecer porque tiene un cuento en el que justifica la perfección inañadible de la Sinfonía Inacabada de Schubert. Su castellano es universal,  canónico, añoso, aunque de contenido postkafkiano. Según le  descubro parece que se esté riendo de que le halle enterrado como una patata (manzana de la tierra dicen los franceses) al pie de los rutilantes árboles de Vargas Llosa, García Márquez, Borges, Fuentes, Cortázar..., pero él está ahí con su elegancia nutritiva.  Al dejarse leer tan bien, parece decírmelo confidencialmente, con mucho humor: y yo también soy “boom”, aunque permanezca escondido bajo un fósil.

He encontrado en mi huerto, que como habéis podido ver está en la ladera de un monte terroso, prendidas de los árboles o ya caídas en el suelo, sabrosas manzanas reinetas.  Es un sabor a frío, a dulce antiguo, a sobredosis de savia, a terrosidad. No esperaba aficionarme a su fuerte gusto, a su incitante olor. Un olor profundo, no superficial. (Nada de plástico de grandes superficies). Como tengo problemas con los límites del azúcar en sangre a veces me resigno a sólo masturbar mi pituitaria oliéndolas (y ahora que lo escribo y lo evoco se me trepan al paladar salivas ansiosas de masticar, tan impacientes que ya me están cayendo garganta abajo).

El domingo caté la manzana más sabrosa que recuerdo, aunque no fue tan estética como ésta, tan soberbia, que os fotografío y que encontré en el suelo, como a Monterroso. Las disfruto despacio, como este librito que hubiera podido acabar en un día. Llevo tres días oliendo este ejemplar de reineta y esta tarde, con la navaja, me lo haré cachitos, que  moleré en mi boca.
Como no puedo daros a probar manzana os copiaré un fragmento de Montrerroso: el cuento trata de un padre poderoso, con ese poder abismal de las minorías latinoamericanas, que  tiene una hija pianista.


La música es bella, cierto. Pero ignoro si mi hija es capaz de recrear esa belleza. Ella misma lo duda. Con frecuencia, después de las audiciones, la he visto llorar, a pesar de los aplausos. Por otra parte, si alguno aplaude sin fervor, mi hija tiene la facultad de descubrirlo entre la concurrencia y esto basta par que lo sufra y lo odie con ferocidad de ahí en adelante. Mis amigos más cercanos han aprendido en carne propia que la frialdad en el aplauso es peligrosa y pueda arruinarlos. Si ella no hiciera una señal de que considera suficiente la ovación, seguirían aplaudiéndola toda la noche por el temor que siente cada uno de ser el primero en dejar de hacerlo. A veces esperan mi cansancio para cesar de aplaudir y entonces los veo cómo vigilan mis manos, temerosos de adelantárseme en iniciar el silencio. Al principio me engañaron y los creí sinceramente emocionados: el tiempo no ha pasado en balde y he terminado por conocerlos. Un odio continuo y creciente se ha apoderado de mí. Pero yo mismo soy falso y engañoso. Aplaudo sin convicción. Yo no soy un artista. La música es bella, pero en el fondo no me importa que lo sea y me aburre. Mis amigos tampoco son artistas. Me gusta mortificarlos, pero no me preocupan.


domingo, 24 de noviembre de 2013

Vuelvo al neolítico.

Me he comprado esta huerta, de otoño. Por primera vez, desde los autorretratos http://guerracivilenlas5villasdeavila.blogspot.com.es/2013/07/autorretratos.html que me hice, soy copropietario (junto a mi mujer) de lo que he fotografiado.

Esta composición tan romántica es mi apuesta de futuro. Quisiera que, a partir de este año, mi comida fuera un 60% o 70% con las frutas y hortalizas que produzca esta tierra.
Soy dueño de esta belleza colorida que veis; ahora puedo mostrar a mis invitados mi heredad desde la ventana de mi salón. Desde mi casa (llevo demasiados "mis", me siento un poco opulento) el pasado sábado fotografié la primera nieve de la temporada  sobre su oscuro y feraz humus, siempre bien regado por el agua que creo que nunca fallará en su caída desde arriba de la montaña. Mientras el "desarrollo" humano no impida que lleguen los rayos de sol y siga lloviendo, aquí haré nacer vegetales domesticados desde el neolítico,  mayoritariamente  traídos desde la colonizada América, y aprenderé a cuidarlos hasta llevarlos a su sazón de alimento.



Tengo por delante un duro trabajo, habré de levantar algunas paredes y este mismo invierno, cuando la savia aletargue su fluir, afearé su estética decadente podando muchos y quizá talando alguno de sus viejos frutales. También proyecto, años adelante, construir un gallinero, para seguir retornando al neolítico.
Soy enamoradizo. Quiero amarla tanto que me gustaría incorporarme a ella cuando mi cuerpo muera: no "tan temprano",  pero sí ocupar y estercolarla con mis restos(1). Pero, seguramente, seguirán sin permitirlo las normas sanitarias.Subsidiariamente, pediré que esparzan aquí mis cenizas.
Espero que ningún accidente defraude mi amor.
Porque estoy insoportablemente entusiasmado. No hablo de otra cosa. Creo que ya quiero más a mi huerto que a este blog. Y, lo siento por vosotros, pero se va a llevar gran parte de mi atención.








Es justo, con el blog vivo cuatro años, pero ya llevo más de siete  haciendo de "voyeur" desde mi ventana.



















(1) me he empeñado en hacer un juego de palabras con la elegía de Miguel Hernández
yo quiero ser llorando el hortelano
de la tierra que ocupas y estercolas
compañero del alma, tan temprano.

miércoles, 20 de noviembre de 2013

Ara Malikian

Hace ya más de una semana pudimos disfrutar en Ávila de él, junto al también extraordinario músico argentino, Fernando Egozcue.
Ara Maliquian es un músico tridimensional; no se conforma con hacer brotar a su tiempo las justas notas de su instrumento, como logra con este paquete rojo de lo mejor del violín solo: Bach, Paganini, Ysaye;

en directo él mismo suena y hace sonar todos sus músculos y todos sus cabellos; transmite, llena el escenario, cautiva: es como un especial mamífero violinista llegado de un recóndito bosque para seducir.
No sólo llena todo el escenario, también todo el patio de butacas, seguramente es un rey Midas de las taquillas, y aunque toca con mucha gente diferente y todos sean tan buenos músicos como él, todos le han de querer como partenaire porque todo lo que toca Midas Malikian llena todos los teatros y así le pasó a Fernando Egozcue, que si como músico es parejo, como seductor no llega al tacón de la bota de Ara.
Con decir que siendo Fernando argentino, el que hablaba era Ara (y su gracia vale también para monologuista). Enmudecer a un argentino, marginarle en el concurso de seducciones es algo que muy pocos seres humanos pueden permitirse, por eso este violinista armenio es tan excepcional.
Ara Malikian lo toca todo: clásico, jazz, flamenco, música zíngara, kelzmer, new age ( si eso existe todavía) tango y rock.
Entre en tango y el rock sinfónico, aparte de la guitarra clásica, vuela el arte compositivo de Fernando Eguozcue, que era el autor de todo lo que nos brindaron. Otro Piazzollez (hijo de Piazzolla), -que hay varios entre los que destacaré a  Máximo Pujol-.  Yo eché en falta alguna melodía conocida del ubérimo bandoneonista, pero todas eran originales. La música era de gran calidad y todos salimos deslumbrados, aunque no nos cautivó ninguna melodía pegadiza de las que dejan el perfume toda la noche.
No es que no las hubiera, muchos quisimos recuperarlas. Los artistas se hincharon a vendernos discos.

domingo, 17 de noviembre de 2013

REFLEXIONES SOCIOLÓGICO-HISTÓRICAS


Yo nací en el año 1964. En menos de un año tendré medio siglo. Esto de poder empezar a medirme en siglos no sólo me hace viejo, -que procuro, sin éxito, evitarlo-, sino que me hace histórico.
Hace unos días vi por la tele un programa de música de los 80, de cuando yo tenía alrededor de 20 y bailaba aquellos temas, de cuando veía gente con aquellos pelos y aquellas ropas.
Me fijé en varias cosas, en esos momentos algunas mujeres llevaban todavía falda, mientras que el domingo vi en el periódico "El País" una foto de 20 mujeres socialistas, y sólo una llevaba falda. La falda ya es una prenda excepcional.

Cuando yo era niño en mi pueblo casi ninguna mujer llevaba pantalones; las niñas tampoco, es más, existía   la frase “llevar los pantalones” como índice de autoridad en el matrimonio. Ahora es una frase que habrá que explicar a mi hija, como aquello de quedarse en casa para esperar una llamada de teléfono.
Volviendo a las faldas, estoy pensando que las españolas habrán sido de las últimas europeas en empezar a sustituirlas por pantalones, no porque fueran más adelantadas que las griegas o las portuguesas: supongo que fue por la guerra civil.
Prematuramente las milicianas quisieron luchar “en pie de igualdad” aunque fuera de modo propagandista. En el mes de agosto de 1936 hubo al menos tres mujeres jóvenes de Santa Cruz del Valle que suben al frente de guerra que se formó en el puerto de El Pico, para servir como enfermeras o cocineras en el irregular ejército de campesinos que había allí. No hicieron nada más (y no sé por cuantos días). Nadie lo recordaba; lo vi en una declaración escrita después de la guerra para delatarlas. Quizá su subida al puerto sólo fue testimonial, aunque  a causa de ello a algunas las raparon el pelo y tuvieron calabozo, quizá otras, (no lo sé bien) prisión: tengo documentadas en diversas prisiones entre otras la santanderina de El Dueso a varias mujeres de Mombeltrán.
En “los madriles” y en otras grandes ciudades hay constancia fotográfica de milicianas con mono, es decir: “con pantalones” subidas en coche, haciendo la instrucción o en una trinchera disparando. Creo, aunque Miguel Hernández escribiera un poema a una mujer mutilada, “Rosario la dinamitera” que esto fue excepcional; meramente propagandístico.
Pero la propaganda tendría el efecto negativo en la “nueva España” de asociar la comodidad de los pantalones a esas “rojas marimachos” de ahí el retraso de décadas.

El ser histórico que soy recuerda que el año 1975 fue el año internacional de la mujer y se atreve a suponer que desde aquel momento empezaron las mujeres a ponerse desde las ciudades hacia los pueblos, esta prenda tan práctica y abrigada. Así, en la adolescencia, que yo iniciaría en unos pocos años, podría ver las curvas femeninas embutidas en ceñidos pantalones vaqueros que empiezo e evocar de mi adolescencia.
Por aquellos tiempos un amigo mío las decía “para que queréis bragueta, si todavía  tenéis bragas”.
 Y una chica le replicó:

-¿Y tú que sabes, idiota?

miércoles, 13 de noviembre de 2013

El lunes 11 me quedé a ver por la tele  el partido del "masters" entre Nadal y Jokovic. Nadal se esforzó tanto como siempre, pero Jokovic tenía un rifle en lugar de una raqueta: apuntaba y disparaba, seco y directo, casi siempre pasó la red y botó dentro de la línea. Ayer, Nadal, que es el número uno del mundo, parecía un conejillo corriendo de un lado a otro de la pista, mientras el otro pegaba tiros.
Esa misma tarde me había salido mal algo que intenté con el ordenador; eso, como las averías o los ruidos raros del coche (también tengo uno) me pone de un humor fúnebre sin culpa; "sin comerlo ni beberlo". Al unirle un disgusto innecesario (sufrir porque perdió con toda justicia el deportista que quería que ganase), me fui a la cama con un malestar inexplicable y me levanté el martes como con una deuda que no supiera pagar.
Soy un blandengue: es lo que tiene la empatía; me meto en la piel de los otros. Por eso antes no quise ver imágenes de Filipinas: no quiero ponerme en la piel de un filipino masacrado por un tifón. No quiero sufrir por las noches, quiero descansar en paz.
Nadal es un triunfador, aunque jugaba en la pista que menos le conviene contra el actual  mejor jugador del mundo, digan  lo que digan los escalafones. Porque pierda la final a la que llegó dejando por el camino a otros casi tan buenos como él, nadie debe apesadumbrarse. Y yo menos, que aborrezco a los deportistas multimillonarios. Creo que dejaré definitivamente de ver deportes por la noche, para evitarme pesares y también porque tengo mala conciencia -real- por los pobres filipinos amontonados, sin nombre, sin cara, sin vida, que no fueron capaces de causarme pena ni solidaridad, porque quería ver un partido de tenis en el que ganara un deportista al que admiro.
¡Qué injusto es ver la vida por televisión!.

lunes, 11 de noviembre de 2013

EL SEGUNDO PLANO DE LA MEMORIA

EL SEGUNDO PLANO DE LA MEMORIA

Algunas veces mirando en las estadísticas de lo que se “visita” en este blog, encuentro títulos de entradas que no me suenan, que, en un principio, no reconozco. Cuando la curiosidad me lleva a abrirlos, veo comentarios a obras literarias que me impresionaron y que referí muy favorablemente, y tampoco me termino de reconocer. NO es que me arrepienta, quizá me recrimino un poco el ser tan impresionable y enamoradizo. Parece poco riguroso por mi parte y me preocupo sobre qué pensarán mis seguidores de mi coherencia, cuando después he seguido alabando, y en esa otra reciente impresión me sentía ajeno a las alabanzas anteriores que había hecho. No es que entonces mintiera, -nunca suelo mentir-, lo que sucede es que yo ya no soy ese, por mí han seguido pasando experiencias estéticas y de conocimiento, y quizá –ojalá- todas me van dejando poso, aunque desaparezcan del primer plano de mi memoria. Ahora estoy enamorado de La belleza convulsa de Francisco Umbral  y me siento retratado por él.

La vida, admitámoslo de una vez, no nos deja nada, salvo una experiencia que sólo es aplicable a nosotros mismos (al “nosotros” que fuimos, ni siquiera al actual) y unas cuantas instantáneas de lluvia o de sexo.

Las instantáneas serían como esas fotos que llevamos en la cartera, o esas otras que hemos mirado muchas veces, que sabemos que existen y que recordamos tener. Pero hay muchas fotos en nuestros álbumes en las que aparecen gentes que teníamos olvidadas, o sitios en los que no recordábamos haber estado. Todo eso fue importante, y “si hacemos memoria” nos alegramos de haberlo vivido y nos sorprendemos un poco de no tenerlo tan presente como esas películas, esas obras musicales, esas personas, esos sitios, que tenemos en el primer plano de la memoria. Existe, al menos, un segundo plano de la memoria, precario, frágil, nebuloso, traspapelado, en peligro.

Es estupendo tener ahora, en este siglo, atrapadores baratos de memoria, cámaras de fotos, cintas de video, infinitas páginas de ordenador…
Llevo ya cuatro años con el blog, cada vez pienso más y escribo mejor (1), más responsabilizado a medida que sé que me sigue gente. Me alegro mucho de obligarme a publicar cada tres días y recomiendo este ejercicio, porque con este compromiso uno se fija más en la realidad procura aprehender esos detalles con los que construir un artículo, ya sea en los libros, en los viajes, en la actualidad, o en la vida misma.
De otro modo estas cosas pensadas, vividas, serían quizá un poso,  pero casi nunca un recuerdo que volviera a aparecer.

Terminaré recopiando a Umbral:
Y aquí está toda la doméstica filosofía de este libro. En vivir/escribir, por penúltima vez, la fiesta actualísima del presente, ese dragón azul y deslumbrante, que reaparece todas las mañanas ....

Claro, es dudoso pensar que cuando uno gasta tiempo en escribir (fija representación de vida para que alguien la lea) esté viviendo vida de “alta intensidad vital”. Lo mismo  cuando lee. No sé hasta qué punto el que seamos seres racionales, historiadores, que se paran al borde del camino a mirar atrás, a contarse las heridas, a explicarse y a explicar, nos resta o nos suma vida, al amasar recuerdos.

Yo me alegro de escribirlo, aunque no viva demasiado.








 (1) creo, aunque también me suelo gustar y a veces sorprender en mis escritos pasados. Bueno, los que me seguís ya sabéis que soy indulgente conmigo mismo.

viernes, 8 de noviembre de 2013

FRANCISCO UMBRAL

Dentro de unos años, -es demasiado joven para eso, (aunque a Albert Camus se lo dieron con menos edad)-  me sumaré a los que justamente pidan el Nobel para Antonio Muñoz Molina, pero no podré reparar la injusticia de no haberme sumado a la petición del Nobel para Francisco Umbral, que no sé si alguien hizo pero que lo mereció, y quizá  más de lo que lo vaya a merecer el de Úbeda.
Aunque varios amigos míos a lo largo de la vida  le gustara con delirio, aunque yo siempre haya encontrado y contado de un artículo en mi poder desde el año 1982 que contenía una de las más lúcidas disecciones sobre la Guerra Civil, yo siempre vi, o quise ver,  al hombre del Spleen en Madrid, de El País, o las contraportadas de El Mundo, donde a base de adjetivos de trazo categórico, pseudogenial y siempre remarcando los nombres en negrita, describía a la remanguillé la actualidad más caduca de la gente guapa o estruendosa de Madrid, pontificando desde el dandysmo de sus innumerables poses: foulard rojo, botines, citas en francés, ostentoso pelo largo, voz pomposamente grave. Omnipresente en los platós de televisión, emulaba a   Dalí, que inventó el modelo de artista escaparatista, emputeciendo su profundidad con cualquier majadería útil para llamar la atención.


Atesoro 11 libros de Umbral, otros los he leído de bibliotecas. Se me olvidó fotografiar "Las palabras de la tribu" 

Umbral se hizo definitivamente famoso por, en un Talk show, exigir vehementemente que se hablara de su libro: “yo he venido a hablar de mi libro” y eso es lo que quedó en la recurrencia de las citas populares que para siempre quedan en las cabezas más simples.
Umbral es uno de los mejores poetas de la segunda mitad del siglo XX en mi idioma, y digo esto sin haber leído un verso suyo, si es que los tiene. Es el mejor prosista poético que yo haya leído. Creo que la poesía, o la lírica, es aquel fragmento que apetece releer inmediatamente, aunque se haya entendido; precisamente porque se ha entendido y uno quiere volver a gozar con su belleza. De este género, Umbral tiene a millares, porque aunque escribió decenas de libros en prosa, no fue novelista. Ninguna de sus innumerables novelas pasará nunca al cine. Si era narrador no tenía de historias con argumento. Yo no le recuerdo argumento,  ni siquiera, en sus biografías “Cela, un cadáver exquisito” la de Larra o la de Lorca  (y mira que es difícil): son miradas poéticas, aunque también cotilleo, y temo que puede que pase a la historia popular como inventor del cotilleo poético.
Es un narrador personal, un bloguero de altísimos vuelos y ya no me resisto más a copiar esto que escribió a los 49 años, mi edad actual:
La vida, admitámoslo de una vez, no nos deja nada, salvo una experiencia que sólo es aplicable a nosotros mismos (al “nosotros” que fuimos, ni siquiera al actual) y unas cuantas instantáneas de lluvia o de sexo. Me paro, a veces, a considerar mi edad, y tengo la sensación de que el tiempo se ha acumulado  injustamente sobre mí, como aquel cargador a quien le han dado la carga más pesada. Lo malo del tiempo no es que pese, sino que pesa inútilmente. Por eso resultan tediosos los predicadores cotidianos de su experiencia. Somos intransferibles.
(...) El gran fiasco de la vida es que el tiempo –eso tan sutil- se nos va transformando en peso mientras que las sutilezas desaparecen. Algunos contra eso, que quizá sólo intuyen, tienen el remedio de repetir y repetirse. Contar y cantar un momento afortunado de su vida, para que todo el mundo se entere. Son máquinas tragaperras. Se les echa una palabra amable, convencional y nos premian  con el lote completo de sus experiencias mecánicas, de sus recuerdos automatizados. La edad no es un bosque sombrío y hermoso, visto a la salida. La edad es un vacío y un peso, un vacío que pesa. (...)
El presente es tozudo. El presente está ahí, aquí, como en la primera semana de la creación del mundo, es belleza convulsa que no sabemos si se consolida o se disipa. Y aquí está toda la doméstica filosofía de este libro. En vivir/escribir, por penúltima vez, la fiesta actualísima del presente, ese dragón azul y deslumbrante, que reaparece todas las mañanas, emboscado en el bosque de la edad.

Es el libro La belleza convulsa, quizá tan bueno y sentido como Mortal y rosa. Es su muerte la que nos viene narrando, columpiándose en la hipocondría:


Remolino aórtico de mi ser, Gulf stream,  de mi sangre, ese nudo loco y rojo, heredado, hecho y deshecho en mi corazón, siempre, a lo largo de toda la vida, por remotos esparteros de la muerte.
Un soplo aórtico. Ahora los médicos lo llaman un soplo. La palabra se desliza sola hacia una gran variedad de imágenes fáciles. La muerte que sopla en la llama de mi sangre, etc. Dejémoslo, no sigamos por ahí. Lo difícil de la literatura es evitar lo fácil. Aparte de que esto no es literatura, sino un electrocardiograma, prefiero (hasta en esto es uno hijo del estilo, es estilo es uno) mi vieja noción de nudo, de agolpamiento gordiano de la sangre, que un día vendrá el guerrero a cortar con su espada vieja y nada victoriosa. He sido siempre el ahorcado de la soga roja de mi sangre. Los padres, las madres me lo advertían. Nudo indesatable que nos hemos pasado los hombres de la familia, unos y otros, como en una familia de suicidas.
No me asusta ese nudo, sólo que ahora lo escucho, lo siento y me deleito sintiéndolo, y en la juventud ignoraba su punzamiento, sin dejar de estar punzado, vivía sobre una arritmia como el que vive con el reloj adelantado o atrasado y el tiempo no le deja tiempo para  poner el  tiempo a tiempo.

(...) Paseo mi corazón, como a veces mi gata. Ya somos dos, en tanta soledad, en esta cima alta y desertizada de la vida, donde se respira mejor, y el crepúsculo intenta cada día, sin lograrlo, componer una alegoría de la muerte. Pero la alegoría es un género caducado y ya ni los crepúsculos saben componer alegorías. 

lunes, 4 de noviembre de 2013

PENSARES

Un día de estos estuve en en una sala del Hospital Clínico de Salamanca, esperando el resultado de la operación a un familiar. Apareció una sigilosa mujer con una trenza rubia y el aspecto de gitana  rumana distribuyendo unos papeles. Yo ya la había visto otro día, en otra sala de espera de citas del mismo hospital, y, al apreciar que estaba mendigando, rechacé la tarjeta, pero alguien la dejó abandonada sobre su asiento porque le tocó el turno y, antes de que volviera la rumana a recogerla, pude examinarla.

Es claramente una estafa. Ese día la gitana pasó recogiéndolas y la gente se las devolvió, pero creo que nadie picó: estábamos en una cola de tramitaciones y la gente estaba deseando que le tocara el turno, pero nada más.
Por supuesto, me quedé con la decepción de no haber podido capturar el papel para ofrecérselo a mis lectores.
Pero el día de la operación, resueltamente, cogí la tarjeta con esta intención y aquí la tenemos. Lo que me disgustó entonces es ver que cuando volvió la mendiga tuvo un tremendo éxito: eran casi todos gente mayor, muchos de pueblo, preocupados por el familiar que tenían adentro, expuesto al bisturí, a la anestesia, a las infecciones, aparte del mal, siempre peligroso y algunas veces incierto, que ha provocado la intervención.
Alguno empezó a mirar su monedero y a poner monedas en la mano de la pícara. Otros, demasiados, se contagiaron; hay actitudes contagiosas; además, en esta sala de espera, a diferencia de la anterior, la superstición juega a favor de la mendiga: le ponen a uno en bandeja hacer una "buena obra" para influir en que el buen  dios de arriba propicie un resultado feliz en la partida que se está jugando al otro lado de la pared.
Me indigné y me movía. Quería gritar, intervenir para evitar que se aprovechara de estos incautos. Pero no hice nada, el ciudadano que llevo dentro se conformaba con publicarlo y, además, no debía mostrarme egoísta y despiadado con esa pícara infinitamente menos agraciada en la vida que yo, no sea que fuera a "atraer desgracia" sobre la operación que me tenía a la espera.


Esta mendicidad está prohibida, el hospital tiene agentes de seguridad que deberían impedirlo. La mujer es de costumbres fijas, sucedió en ambos casos sobre las once, y va a los sitios, que no son tantos, donde hay gente sentada esperando. Me dio por pensar que los de seguridad no lo pueden ignorar, quizá tengan mucho que hacer; quizá hagan la "vista gorda" a secas  o quizá, incluso, exista un acuerdo y la mendiga les "unte" por no intervenir. Es muy raro que sea la única mendiga que actúa, si vinieran varios a este panal de rica miel, la gente protestaría definitivamente y la seguridad del hospital tendría que tomar cartas en el asunto.
Según las teorías de microeconomía que estudié en la carrera lo que tiene que suceder cuando hay un excesivo beneficio marginal es que acuda la competencia y no he visto a nadie más en esta práctica tan lucrativa.
El que no ocurra me parece una distorsión económica: o hay una mafia que controla que nadie más pida, o el supervisor está permitiendo un monopolio.

sábado, 2 de noviembre de 2013

PINTURAS NEGRAS (escrito sobre gustos)



Para gustos se hicieron los colores, dicen. Aunque la ausencia de color, el turbio reflejo de la luz, también puede ser un gusto. Hace poco he leído que puede que no fuera su gusto, sino que padecía de cataratas el Goya de las “pinturas negras”, esto para explicar el mate oscuro sucio de estas obras con las que adornó las paredes de su casa, la llamada “Quinta del Sordo” cuyas copias a óleo, -la casa se destruyó hace más de 100 años para edificar- se pueden ver en el Museo del Prado.
Indudablemente, para la valoración artística “objetiva”, la causa es independiente del resultado. Por poner un ejemplo coetáneo: la novena sinfonía es la “novena sinfonía obra maestra” por sí misma, no porque la hiciera un hombre que no pudo llegar a oírla. 

A mí no me gustan mucho las pinturas negras de Goya, sí me conmueve el perro que quiere salir del estanque, supongo que es por lo enigmático, pero no le admito el enigma a cualquiera, sino al pintor aragonés; es más, creo que no se apreciarían, ni la mitad de la mitad, las pinturas negras de Goya: el feísmo, los aquelarres, las procesiones expresionistas de desharrapados desencajados, si no hubiera existido el Goya “comercial”  el luminoso de los retratos, de los cartones para tapices, de las pinturas de guerra, de las majas. Es un contrapunto, una evolución de visionario, para otros será una anécdota, pero  se aprecian porque en su conjunto Goya es un genio, sean geniales sólo las últimas pinturas o solamente lo sean las primeras, o ambas (que para gustos también están las atribuciones de genialidad).

Personalmente no aguanto el feísmo como tema central de una obra de arte, sí cuando se me cuela como un elemento expresivo, pero nunca el feísmo por el feísmo: de momento soy así de sencillo.

Dicen que hay dos tipos de gustos lo apolíneo y lo dionisíaco, yo, decididamente  estoy por concluir hoy  que me inclino más por lo primero, aunque tengo, al menos, un amiguete muy dionisíaco que me ha prestado este libro.
Esta lleno de grotesca escatología y no sale de ahí, pintura negra, comedores de patatas de Van Gogh, olores a podrido, a vómito, a pus, a hez. Es la realidad, lo reconozco: la vida humana se descompone. La naturaleza también descompone, pero enseguida, ya con sus moscas esmeraldas, comienza regenerar otra belleza. Lo humano puede crear pozos sin fondo, vertederos  industriales, ríos muertos, y también en lo moral: Auswitz, Stalin,  Pol Pot, o los Hutus y los Tutsi. Para acabar con lo hediondo: también hay quien practica juegos sexuales llamados “lluvia amarilla” o “beso negro”. No sé, espero que no se me lea esto antes de comer.
El libro de Maurice Pons puede ser adelgazante. La tarde que más avancé en él no sentí ganas de levantarme al frigorífico a picar; a lo mejor que el que provoque náuseas o que contenga las gansas de comer, sea una prueba de que es arte, estoy de acuerdo en que las obras que no provocan absolutamente nada, no lo son. Literariamente tiene valor, arte hay, lo que yo no aguanto es leerlo, como no aceptaría tener pintada en la pared de mi salón esta procesión de San Isidro.

Personalmente no soporto el dolor gratuito, no me gustan los boxeadores, ni los fakires, ni los tatuajes, y me dan miedo los artistas de circo que se juegan la vida; tampoco quiero verlos.
“Hay gente pa tó”, dijo un torero cuando le presentaron (no sé si a Ortega y Gasset, se cuenta de varios toreros y de varios intelectuales)  y en gustos también.
Yo soporto la narración de la realidad, no es que la soporte bien, es que quiero conocerla; para saber andar por el mundo y también por el conocimiento puro. Pero una literatura fantástica que se regodea en la creación de un mundo grotesco, feo, fétido, espantoso,  lo paso como especia, como cata, como contraste, pero no puedo vivir zambullido en él. Me siento incómodo. 
Nunca me he preparado un bocadillo de ajos.