martes, 8 de abril de 2014

Miguel Maura “Así cayó Alfonso XIII…”


Es un libro escrito, y muy bien, en 1962, que se publicó en Méjico, por no ser admitido en un principio en España, aunque luego parece haber tenido revisiones; esta es la definitiva, de 1982. Es muy entretenido, los son aquellos años del final de la dictadura y el advenimiento, bastante pacífico para lo que viene siendo costumbre, del régimen republicano.
Su autor es hijo del aristócrata Antonio Maura, hombre que hizo época, como político, en las primeras décadas del siglo XX, y que llegó a tener seguidores conocidos como “mauristas”. Miguel, contraviniendo a parte de su familia, desertó de la monarquía, por razones que argumenta en el libro: Fue conspirador y firmante del Pacto de San Sebastián que, para él -y para mí después de leer el libro-, y a falta de documentarme más, fue un elemento de estabilidad que propició que aquella transición ocurriera sin vacíos de poder y con muy escasas víctimas. En su virtud de conspirador, Miguel Maura también “sufrió” cárcel, aunque de su estancia, sin soslayar la inevitable referencia a las ratas que pululaban por las celdas, guarda una sensación de extraño privilegio, pues de los allí encerrados con él:¡ que fueron Alcalá Zamora, Fernando de los Ríos y Largo Caballero, entre otros, todo el mundo sabía que iban a ser los próximos mandatarios en el país; de manera que fueron tratados entre algodones y con las máximas comodidades carcelarias, sobre todo en materia de recepción de comidas pantagruélicas y también,  protagonistas de un hecho estrambótico: el candidato propuesto para presidente por el rey por la mañana, José Sánchez Guerra, se dirigió por la tarde a su cárcel suplicándoles que salieran de allí para ser ministros. Lo mejor del asunto es que los conspiradores prefirieron continuar en la prisión ante lo podrido del régimen monárquico. Renunciaron expresamente a intentar apuntalar con su presencia, es decir, se mantuvieron firmes en su fe republicana para, poco después, entrar en el gobierno ya como edificio del nuevo régimen. 
Hay muchísimos toques de humor, es un libro muy instructivo, pero también muy divertido.
Pero es un memorialista, como casi todos, humano: se despacha a gusto con los compañeros de gobierno. Aunque dice querer mucho a Azaña y haberle acompañado en sus últimos días de vida en el exilio francés “comprendiendo su inmensa talla humana y política” nos habla y lo dice así, que existió, años antes, otro Azaña orgulloso, miedoso con miedo cerval, taimado y propenso a componendas trapaceras como, por ejemplo, -que no doy mucho crédito- salir al balcón de la Puerta del Sol, que fue siempre el Ministerio de la Gobernación, acompañado de un joven del Ateneo que leía una nota con la  claudicación del gobierno ante las exigencias de los manifestantes y también anunciaba -nada menos- que la disolución de la Guardia Civil, medida que ni en broma se había acordado, ni pensaba tomarse.
Es ahí donde pillé la deriva justificativista del libro, aún no he comenzado el capítulo de “la quema de conventos” y ya veo al huerto adonde me quiere llevar: que se vio maniatado y que los responsables son otros.
Su lectura me estaba gustando tanto como los diarios de Azaña, porque está escrita con más tiempo y también con apoyo de citas, periódicos y  libros de memorias. Es más completo, más asentado, no como Azaña, que tenía que escribir entre los embates de la realidad, sin mucho tiempo, a diario. Por eso, aunque recomendaré el presente libro, porque es muy interesante por todo lo que contiene, ya miro a Miguel Maura de soslayo, aunque también, he de lo reconocerlo, el libro me ha hecho mirar un poco de soslayo a mi admirado Manuel Azaña, lo cual siempre es enseñanza. Su relato es muy instructivo y fue muy creíble hasta el momento en el que he parado. 
Creo que hay gente muy dotada para diseccionar muy bien la realidad aunque su subjetividad les pueda, tratándose de sí mismos; es lo humano. Como en las declaraciones de los acusados, sólo resultan absolutamente veraces las afirmaciones en contra de los intereses del autobiografiado.


Está muy bien el libro, repito que invito a leerlo. Lo único que lamento es haberos destripado el fin.

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