jueves, 3 de abril de 2014

The funamviolistas. (2)



Incluso a las personas con fuerte olor personal, cual es mi caso, a veces se nos pega en la pituitaria un perfume de dicha: el que nos da una impresión de amistad, de paisaje, de arte... Todavía llevo yo el último del arte de  The Funamviolistas, desde el sábado. 
Estuve el domingo por la mañana trabajando en mi huerta, desde las ocho y media, con el presente de su fragancia, racionalmente pensaba en que mi vida sólo puede atrapar las sensaciones como huevos de oro. Aunque también había momentos en los que me decía que si me daba una vuelta y merodeaba por el hotel principal de Béjar todavía podría ver a las gallinas prodigiosas dándose un breve paseo o metiendo los instrumentos, o el equipaje, o en una furgoneta para seguir funamvioleando por ahí.
No lo hice. Esta vez no; uno es demasiado viejo y resultaría escandalosamente patético, a mis alturas, perseguir veintipicoañeras, sólo por intentar sostener en el tiempo aquella sensación; ya me sé el final del cuento de la gallina de los huevos de oro.
Además, desde que conocí a Silvio Rodríguez, he decidido no conocer a nadie que no conozca bien.
Pero el caso es que yo quisiera ser ellas, como he querido ser los Beatles, o los Messengers de Art Blakey, o los miembros de una coral juvenil norteamericana que vi en Ávila, o los Mayalde  o los Ron la-la: vivir dentro de la magia. Otros se matan por tocar el manto de la Virgen del Rocío, y otros van a Tierra Santa rodeados de seguridad antiterrorista, a ver iglesias que se construyeron quince siglos después donde “la tradición” dijo que había vivido un nazareno; por último, otros van a pagar 300 euros por ver a considerable distancia a cuatro ancianos llamados Rolling Stones…
A mí también me gusta acercarme lo más posible.
Cuando a uno le sostienen el tiempo, -eso es el arte-, se mece gozosamente en aquel sostenido, entonces “también” es artista receptor. Y cuando acaba la función, aún uno no ha sido depositado  en la tierra, todavía está eterizado y un poquito eternizado: el arte detiene la vida para nosotros en una estación  perdida de la infancia y uno quiere permanecer, vivir allí, por eso quisiera ser ellos o ellas: tener el arte conmigo. O en su defecto, asirlo. Pero no tengo tan mal carácter como un tal Mark David Chapman.

Yo soy poco perfeccionista y quizá debiera dejar fermentar más algunos de mis artículos; que recrezca la masa. El lunes hubiera soltado el artículo, pero quería ponerle foto y no la había hecho, de manera que lo di un par de vueltas más. Quedó bien. Se lo propuse al Facebook de The Funamviolistas y, quizá, como estaba un poco mejor de lo que acostumbro, les gustó y me respondieron cariñosamente, queriendo corresponderme con invitaciones para una próxima función. Yo había recomendado a gente que les fuera a ver a Peñaranda de Bracamonte, donde tocan esta tarde, y se me ocurrió que debería aceptar el regalo y así regalar yo la obligación de que mis amistades no fallaran mi recomendación.

El resultado de esta correspondencia es que todavía vivo en la nube, me he hecho un hueco en su facebook. No, no pueden ser unas calculadoras que halagan mis halagos para mantener mi excitación y que yo siga halagándolas. Con mi escasa audiencia, mal cálculo si fuera así. Me reconocen sinceramente, me agradecen, y yo sigo entontecido, y suelto excrecencias como esta, por pura simpatía(1) musical, como un perpetuum mobile.
Sé que el tiempo pasará y necesitaré ducharme o simplemente habrá soplado mucho viento a mi alrededor. También vendrán otros olores a mí. Sé que recordaré que “algo” ¿eran tres chicas, no? me gustó mucho, pero se irá; la vida lo va solapando todo, crece hierba, y musgo y líquenes, las frutas caen al suelo y se pudren, y habrá nuevas primaveras floridas. Pero el olor todavía me dura gracias a su agradecimiento y es un desperdicio que hoy yo no siga cerrando los ojos e inhalando profundamente.


(1) las cuerdas vibran por simpatía cuando reconocen en el aire las notas en las que están afinadas.









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