miércoles, 19 de noviembre de 2014

Justicia para las mujeres.


 Supongo que no soy el primero que compara a los argentinos con los gatos; muy listos, muy estéticos, muy inconquistables, no demasiado trabajadores y que -además- "las matan callando" y parece que siempre "caen de pie".
Y todo el mundo se enamora de ellos. Laura Restrepo también lo hizo, pero cuando alguien consigue remontar la autoestima (que ellos te minan con su incisivos reflejos verbales y culturales), se sobrepone, les ataja y ya sumidos en la desfascinación, nos atrevemos a tratarles como a mortales, como personas corrientes.
La historia de esta novela es la de una colombiana enamorada de un "gato" misterioso, de quien llega a tener un hijo y a hartarse; se vé  que se ha sobrepuesto a la argentinidad, pero no gana totalmente la partida.
Es un hermoso canto a la relación intergeneracional. La historia es de una madre que le cuenta a su hijo quién es su padre y cómo eran sus vidas de subversivos, (perece como un pretexto para haberse enamorado de alguien a quien no debía querer) mientras vuelven a la argentina posvidelista, a que el hijo vea a quien le dio genes  y apellido.
La literatura femenina puede alumbrar -y aquí lo hace-, un universo propio y diferente: el de la abnegación maternal: hacia un novio argentino, que sustituye, después de superar el síndrome de Estocolmo hacia el padre, por la abnegación hacia un hijo medioargentino. Nosotros, los hombres, sólo podemos comprender lo que puede aguantar una mujer si tratamos de ponernos en su piel, de otro modo no; no nos damos cuenta: fuimos educados por una madre que abnegadamente limpiaba y ordenaba nuestras cosas como lo más natural.
Sólo en Portugal son justos con las madres, quienes transmiten el apellido familiar, nada más justo porque ellas son la familia, además "mater certa est". Hemos de congratularnos los españoles de no llamar ya a nuestras mujeres "señora de", (en tiempos ya arcaicos se hablaba Doña Carmen Polo de Franco) (no se le ocurrió ni a Ana Botella de Aznar) y de no olvidar, -hoy hasta se puede elegir el orden aunque en mi experiencia de seis años de registro civil nadie lo ha hecho-, el apellido materno. En nuestra, afortunadamente no siempre imitada, Francia las mujeres, casi pierden su apellido.

Viva Laura Restrepo, aunque no haya añadido el apellido de su madre a su nombre artístico, casi nadie que tiene un apellido singular lo hace, de los que conocemos su segundo apellido son aquellos que tienen un primero sin distinción Gabriel García Márquez, Federico García Lorca, Antonio Muñoz Molina...
Es justo leer literatura femenina.

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