lunes, 27 de abril de 2015

Alegría de la floja memoria.


Paso habitualmente por un lugar de Béjar donde alguien se desahogó de esta manera. Hoy parece anacrónico pensar en todo aquel sufrimiento, aquellos sobresaltos ciudadanos, los trastornos que nos causó la ETA: bombas, tiros en la nuca, secuestros, ametrallamientos de guardias civiles o policías... Pero un día llegó la gran noticia y la pude celebrar aquí; hace menos de cinco años. Ahora todo parece del siglo XIX, como que lo hubieran vivido otros.
Todo pasa, creo que dijo Heráclito. Nuestras vidas, no son los ríos que van a dar a la mar, -que escribió Jorge Manrique- nuestra vida es un palito que va por el río. Porque el río permanece y nosotros no podemos remontar la corriente y un día daremos en el mar.
Y se nos olvidan las orillas que hemos ido viendo.
Hace no sé cuánto tiempo, pero menos de dos meses, estábamos llenos de pavor y de indignación por el piloto suicida-homicida (técnicamente no es un asesinato, un asesino es alguien que mata con alevosía, y la alevosía es emplear medios, modos y formas que aseguren el resultado mortal sin peligro para el asesino) El caso es que el palito de la actualidad en el que flotamos ya tiene a la vista otras orillas nuevas: (aunque aún las víctimas familiares de aquel homicidio no hayan recibido los trozos biológicos de las víctimas reales)

Hoy nos abruma el terremoto de Nepal. No nos abrumaron tanto los naufragios del Mediterráneo porque era gente que voluntariamente se ponía en un riesgo, pero ya, junto con otras noticias, nos distrajeron de la impresión del piloto.

La cuestión es que pasará, como pasa todo. Seguiremos viendo orillas nuevas, aunque no sean tan llamativas, nos harán olvidar estos accidentes de ahora.

Pero a las víctimas no. Conocí a una madre de un guardia civil asesinado por el etarra De Juana Chaos y para ella todo estaba detenido en aquella orilla de mil novecientos ochenta y tantos; es más, exigía que todos nos paseáramos de nuevo de su mano por aquel paraje donde se quedó su hijo y donde quedó enganchada la memoria indeleble de esta madre.
Su palito no puede avanzar por el tiempo, por la vida. Cuando llegue su hora, se pudrirá y desaparecerá como todos. Recuerdo que aquella mujer deseaba que muriera aquel asesino, decía que daría su vida actual porque se la quitaran a él, “total: él ya me quitó la mía verdadera”.

Nosotros seguimos viviendo montados en nuestro palito de la corriente, asumiendo con flojera resignada la tragedia diaria de que cada segundo mata y que nos acercamos al mar.  Pero flotamos con vivacidad.

Sólo se me ocurre dar gracias a la vida porque todas las tragedias, al serme lejanas, son livianas y pasajeras; y no atenazan mi alegría.


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