lunes, 20 de abril de 2015

AUTOAJUSTE DE CUENTAS ¿EXPIACIÓN?





Creo que la expiación no está en manos del pecador. Alguien debe perdonar, ya sea dios todopoderoso, o la persona ofendida. Pienso que Antonio Muñoz Molina quiere con este libro que le perdonen sus hijos, la madre que se los parió y crió; y un poquito. los lectores.

(Muñoz Molina fue a vivir a Madrid con su nueva mujer: la encantadora superwoman Elvira Lindo, que ya tenía un hijo pequeño propio, del que Muñoz Molina se habrá permitido ser padre todos los años que el hijo de Elvira haya vivido con ellos) No dudo que, cuando haya podido, habrá tenido sentimientos de paternidad con sus hijos propios, pero, sobre todo,  habrá vivido  con la deuda y el dolor de la privación de la paternidad espacial de sus vástagos. No sé toda su vida, pero no me cuadra nada que el académico más joven de la Real Academia de la Lengua y prolífico escritor, haya tenido tiempo para hacer el honor que merece la palabra padre en vacaciones o en visitas.)


Me parece que por muy bueno en el mejor sentido machadiano de la palabra que se sea, y AMM lo parece y yo creo que lo es, no se puede ser padre a distancia  y eso tiene que producir desapego filial. Ahora bien, sus hijos serían tontos si repudiaran a un padre: artista célebre, miembro de la Real Academia de la Lengua con menos de cuarenta años, que un día será –seguro- premio Cervantes y otro más lejano e incierto puede que hasta premio Nobel. Sus hijos le quieren, seguro, ¿cómo no le van a querer sus hijos si muchos que no somos sus hijos le queremos? Aunque me permito dudar si pueden  querer de verdad como a un padre  a un pariente lejano, siempre lejano...; que, eso sí:  les está haciendo heredar en vida, no sólo su fortuna, sino también su prestigio. Uno de sus hijos, (con tantísimos licenciados en derecho que hay, -uno entre un millón-) está de abogado en el más prestigioso despacho de España, el de Garrigues. Los otros dos he visto que, por delegación, recogen galardones que le dan a su multipremiado y casi unánimemente querido padre ausente. Eso da experiencia, genera simpatías, abre puertas: es una herencia inmaterial, quizá no sea contante pero sí sonante.

Lo mucho que le debo a su literatura y a lo que me ha descubierto Antonio Muñoz Molina me hace tener una cierta culpabilidad por la inmisericordia de despacharme así:

Al libro le sobran cien páginas. Por primera vez con este autor me he saltado párrafos, hojas enteras repetitivas de datos enumerados, seguramente reales, que se recogieron en Estados Unidos y alrededores, alguno tan remoto como Taipei la capital de Taiwan, sobre las personas que dijeron haber visto al asesino de Martin Luther King mientras estuvo libre. Antonio Muñoz  Molina no se cansaba de repetir y repetir minimalisticamente como el Canto Ostinato de  Simeon ten Holt, cuyo doble cd para cuatro pianos, me compré un día y con el que me he tratado de castigar varias veces, no sé con qué objeto: siempre me he embotado, nunca he sido capaz de acabar de escuchar entero ninguno de los dos discos.





El otro ajuste de cuentas -este más positivo- es con Lisboa; ciudad que yo amo y que no encontré a pesar de buscarla ávidamente en su novela “El invierno en Lisboa”. Antonio sabía que nos debía escribir Lisboa y lo ha hecho sintiéndose culpable  a la vez del infanticidio-magnicidio con sus descendientes, con su huida hacia otra familia, la de Elvira, a quien tanto amamos, con la que disfrutó de los Madriles literarios, gloriosos, periodísticos, cinematográficos, para terminar despistándose del agobio en los Nuevayorques universales y cosmopolitas donde poder volver a ser un ciudadano anónimo y curiosear en las calles y los espectáculos públicos.

A fuerza de ser reiterativo vuelvo a manifestar que amo al escritor. Me encanta el hombre que habla, me gusta mucho el ciudadano, el opinador, el político (porque también lo es)  Pero esta novela son 527 páginas con mucho clembuterol;  faltas en general,  de garra y creatividad: -interminable, estirajada la descripción del museo de los derechos civiles de Menphis- . Lo más interesante es cuando nos cuenta su propia vida y sobre todo, unos muy hermosos párrafos del enamoramiento que le despertó y nos despierta Elvira Lindo.
Pero, porque haya que cumplir con la editorial y los lectores, no le perdono que sea tan “aprovechao” de hacerse un libro largo; montándose, sin decir gran cosa, en un asesino enigmático con el pretexto de que estuvo 10 días buscando una salida por Lisboa (como un inverso Viktor Laslo), mezclándolas con una ventilación de deudas de sangre de su sangre.
Que le perdonen otros. Yo, ni debo, ni puedo.  

Levantaban a un hombre hacia una santidad que él no había deseado ni solicitado y luego renegaban de él por no estar a la altura imposible que le habían pedido.
Antonio Muñoz Molina, hablando de Martín Luther King. Pag 471   



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