miércoles, 16 de septiembre de 2015

Desdén por desdén.

Fui feliz en Barcelona, Tarragona, Lérida y otras localidades catalanas más pequeñas. Me gustó saberlas españolas, y sentir que hubiera podido hacer valer mis derechos en mi idioma. No dejé de observar en directo que en estos sitios hay algunos desdeñan lo español y se quieren separar; pero, como turista, percibí que eran minoría (lo cual me alegró), pero también fui consciente de que puede ser que las cosas resulten de otra manera si tuviera yo una visión más cotidiana, o más objetiva, en tiempos y tratos con la gente.

Me produce desdén el que algunos quieran separarse. Entendiendo y compartiendo racionalmente su libertad, me parece que no les perdonaré ese "feo". Porque si sucede es un feo. A lo mejor se me pasa, pero uno tiene sus sentimientos y un portazo en la cara a todo el mundo le produce siempre un rechazo como reacción.

Pero también me produce hastío la reivindicación permanente que oigo, como si yo -español- viviera de los catalanes chupándoles la sangre como garrapata. No sé si el mareo que me produce el tener que escuchar periódicamente esos mensajes compensa mi deseo de que sigan siendo parte de nosotros. Si les quiero he de aguantarlos como son, está claro; pero ante una pesadez muy continuada, sin afectos que la contrarrestaran, uno terminaría cambiando de canal y deseando que alguien los facilite el camino o que termine echándolos.

Volviendo a un plano más objetivo: la cuestión de la separación, si llega a producirse, sería irreversible. Y lamentablemente todos los catalanes simpáticos hacia mí como español, que he conocido mayoritariamente, se convertirían en "esos que nos dieron la espalda": los que nos desdeñaron. Y tendré que aborrecerles -injustamente, porque me habré sentido aborrecido por todos los catalanes-, simplemente porque los que querían seguir siendo de los nuestros quedaron en minoría. Eso no está bien, yo no debería hacerlo.

Estoy de acuerdo con la democracia, y sé que toda Cataluña no es igual. Creo, parece, las encuestas dicen, que la parte de Cataluña donde vive o vivió más gente de la que admiro: la ciudad de Barcelona, no va a votar mayoritariamente independencia.

¿Es justo que los demás obliguen a independizarse a los barceloneses queriendo ser la mayoría españoles?

A mí no me importa que los de Cervera (Lleida) y otros como ellos quieran hacer un país catalán excluyente. Fueron antipáticos y no pienso volver por allí. Pero quiero seguir volviendo a Barcelona, y poder relacionarme naturalmente y hacer valer mis derechos en mi idioma. Por mí que independicen todo lo que no quiera ser, pero déjennos seguir siendo compatriotas de los que así lo quieran.

En cualquier caso los Goytisolos, Vazquez Montalbán, Gil de Biedma, Juan Marsé, Ana María Matute, Serrat y otros miles más que cimientan mi cultura española, seguirán siendo "nuestros" y quizá no suyos.

Además, gracias a los árboles de mi huerto ahora compro muy pocas peras y manzanas al cabo del año y, si eso que los independentistas quieren pasa, cuando las compre otra vez, puede que elija las de cualquier otro lugar.

1 comentario:

  1. Yo tampoco quiero la independencia de Cataluña, y apostaría a que la práctica totalidad de los castellanos no la queremos. Pero lo que no se puede hacer es dar la espalda a un sentimiento, ya que los sentimientos no son racionales, no se pueden discutir. Si una parte de los catalanes consideran antipático al Estado español y quieren tener un Estado propio, el hacer oídos sordos tan solo sirve para potenciar ese sentimiento. Si a las primeras de cambio se les hubiera preguntado, estoy seguro de que en un referndum legal hubieran decidido permanecer en España. En el mundo actual, tendente a romper fronteras, es cuando menos pueril el provincianismo de reivindicar las diferencias... Pero son sentimientos... A mí me encanta Saramago y me identifico con él, sin importarme que fuese portugués y no español; era ibérico, como los catalanes, y de eso no pueden dimitir. A los catalanes independientes, no existiría motivo para negarles la nacionalidad española, pues todo aquel que lo quiera podría conservar las dos nacionalidades, e incluso ser únicamente españoles residentes en Cataluña. Tan solo habría que separarse de una forma civilizada. Neguémosles expresarse democráticamente sobre la independencia y nos encontraremos con ella de narices y entonces, eso sí, no merecería la pena derramar una sola gota de sangre para reintegrarlos al redil. Al menos no de mi sangre.

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