jueves, 17 de diciembre de 2015

LAS COMPLICACIONES

La primera noche dormí bien, supongo que el efecto de la anestesia me amparaba. No podía enjuagarme hasta el día siguiente. La primera vez que lo hice, -debía hacerlo con agua salada- me causó un fresco bienestar. 
Aunque mastico con cuidado por el lado contrario, la comida se va al hueco y yo debía, rozando lo más mínimo, removerla y extraerla. Corté el mango de una cucharilla de plástico, para hacer estas operaciones a ciegas, pero cauto como un desactivador de bombas. Me sentía muy aliviado cuando extraía un trocito de manzana sanguinolento. 
Pero la cosa no mejoró. El dolor se apoderó del fin de semana, tuve que tomar paracetamol y decidí resueltamente  volver para consultar, porque ya era era una resaca desmesurada.
Este día el dentista estaba más ocupado,  no me dieron la primera hora y  a la mía ya acumulaba retraso. Llegué y le expliqué:
 -Esto está mal, muy mal tiene una ….vitis, quise quedarme con la palabra, pero la amnesia postraumática  me ha robado muchos minutos de pensamiento. Cuando uno sufre como un animal no puede permitirse el lujo de elaborar florituras cerebrales y a lo que se ve, de recordar palabras raras tampoco.
En menos de 15 segundos ya me había clavado la aguja de la anestesia.
Se trataba sólo de resistir, resistir como un hombre. El dentista no dio ni cinco minutos a que la anestesia me funcionara, acumuló su herramienta y le dijo a su auxiliar que me pusiera el tubito aspirador: que vamos a hacer un curetaje.
Cuando volváis a escuchar esa palabra enteraros de que eso es “raspar el hueso” fuerte, violentamente. Yo me agarraba a todo lo agarrable, mientras el hombre empleaba toda su fuerza en raspar la podredumbre del hueso de mi mandíbula, todo mi cráneo se estremecía y quería gritar. Solté las gafas que tenía en mi mano sobre el regazo: temía romperlas, me agarré el pantalón vaquero y, más tarde, me dí cuenta de que rompí la cucharilla de plástico que tenía en el bolsillo. Nunca nadie me ha proporcionado tanto  agudo dolor. Parecía inacabable, imposible de resistir sin suplicar tregua. Me concentraba en aguantar sin abandonarme, como cuando hacía el amor de joven.
Aguanté. Fueron varios minutos de sufrimiento, de aguante. Por fin, la herramienta de raspar se apartó de mí e, inmediatamente, el dentista me metió en el hueco un par de gasas.
-Apriételas cinco minutos y luego las tira. Se toma estos antibióticos que le receto para diez días. 
Esto es resolver, se quitó los guantes desechables con el ruido de azote seco que da  el estirajón de goma.
Sólo me quedó ánimo para preguntar:
-¿Me va a doler mucho tiempo?.
-Tres o cuatro días nada más, luego los antibióticos habrán hecho efecto. Si le siguiera doliendo al acabar las pastillas, vuelva.


Espero no tener que volver.  Ahora no me duele casi nada porque la anestesia por fin ha hecho su efecto enmascarador, ese del que me vi privado mientras me raspaban. Espero cerrar este capítulo antipático del dentista en el seguro.
Pero antes, voy a permitirme un autosarcasmo:

                   De derrota en derrota, hasta la derrota final.  
(en la puta hora que empecé)

1 comentario:

  1. Amigo he seguido con atención estos testimonios suyos. Decirle que los he disfrutado, es como hablar de soga en casa del ahorcado. Pero tengo que reconocer que tienen un exquisito toque de humor. Ojala se mejore usted rápidamente.

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