jueves, 7 de enero de 2016

Recesión cultural.


A primeros de enero, -suele ser a la vez que se guardan o se tiran los adornos navideños-, anda la gente bastante voluntariosa para, a la vez que cierra y archiva los papeles del año, remover un poco todo lo que está almacenado. Y aunque siempre se tira la mitad de lo que se debiera, más por pereza que por convicción, los contenedores de papel y los lugares donde se depositan trastos viven en estos días una inflación galopante.

En un anexo del edificio donde está mi oficina había una estantería con un buen montón de libros de legislación que mandaba el Ministerio en la primera década de este siglo, del que yo no había tenido noticia (ni necesidad) hasta ahora (llevo dos años y medio). Me preguntaron si lo quería alojar en nuestra actual oficina, porque el Ayuntamiento necesitaba el espacio que estaban ocupando para otros fines.

Como cualquier duda de legislación ya la consulto por internet, (es lo más práctico porque siempre está actualizado) y creo que para mi cometido no necesito ningún comentario o estudio adicional, he optado por permitir que se tiren al contenedor de papel. Pero al verlos tirados de cualquier manera en un remolque, (además estaba lloviendo sobre ellos) me ha entrado la melancolía por esos libros y sus conocimientos que rechazo/amos en aras de la comodidad, aunque no siempre del progreso. Es un desprecio de conocimiento, un exceso de suficiencia, del que soy culpable.

Sí, porque gracias a Google, a la Wikipedia y a instrumentos tan sencillos con los que llegar, se democratiza y se abarata el conocimiento, pero también se abarata en el mal sentido.

Puede que todo esté en la red, -tampoco es cierto- pero, aunque se puede encontrar muchísimo, casi nadie pasa de la segunda página de Google y gran parte de lo que encuentra en la primera está publicitado, patrocinado, o es la Wikipedia: que suele ser el conocimiento menos fiable de los que se puedan encontrar.

La cuestión es que nosotros, en el siglo XXI nos conformamos con surtirnos así; nos vale cualquier cosa y aunque nos ahorremos en libros, nos empobrecemos en conocimientos.

La sociedad no compra libros y los que saben y pueden escribirlos, van a dejar de hacerlo porque no les merece o no les va a merecer la pena. 
Esto de la comodidad va a ser antiprogreso. 
Esto de la gratuidad, a la larga, nos va a salir muy caro.



PD. Sí, porque estar rodeado de gente bien hablada, informada, erudita... redunda en el progreso por emulación, y volver a rodearse de gente que va a saber cuatro cosas y te las va a razonar de cualquier manera, es una recesión cultural. (tan peligrosa -quizá más- que las recesiones económicas)

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