lunes, 25 de abril de 2016

UNA CONFESIÓN CONTEMPORÁNEA

Elvira Lindo tiene 2 años y medio más que yo. En octubre de 1982 los dos votamos por primera vez y ahí se acaban las coincidencias de lo que hicimos en esa década. Ella es ingeniosa y arrojada y ha estado en los sitios donde tenía que estar para tener una vida ancha, pletórica de sensaciones y de cicatrices. Yo la reconozco y doy fe de que es real lo que cuenta, aunque yo soy un joven paleto, comedido en el gasto, que casi no dio disgustos a sus padres, de pueblo, con escasisímas pulsiones creativas y destructivas. ¿es posible que hayamos vivido el mismo tiempo?
No, es increíble. Si algún día yo fui a Madrid y por casualidad  me quedé mirando en el metro a esta mujer, entonces no era conocida; seguro que ella no me vio porque tenía demasiadas cosas en la cabeza, y en el cuerpo.
Lo que me queda por vivir es un libro lenguaraz, de vida realmente apurada, un cuerpo desnudo que se nos exhibe sin piedad, no ocultando ningún plano. Como un deber púbico de una mujer pública. Novelado con profundidad, con la pericia y la gracia que concede el llevar escribiendo décadas lo que otros leemos o escuchamos. Arrastrada por el mandato imperativo de ajustar cuentas con toda la más impúdica verdad de la que ha sido capaz, que es mucha. Elvira es una descarada, supongo que se lo habrán dicho cientos de veces, y si no, ahí le regalo yo el título de sus memorias:
Memorias de una descarada.
Lo que me queda de vida es un libro imprescindible para los amantes del binomio Elvira Lindo/ Antonio Muñoz Molina, para las mujeres contemporáneas, para las madres de cualquier tiempo, para los que vivieron los 80, y para los que quisieron haberlos vivido, como yo.
Según uno avanza en los secuestros de buen oído, belleza y sensibilidad, casi le pide a Elvira que no se desnude tanto, que no hay necesidad, que preferimos un poco de pudor para salvaguardar su imagen de madrileña (gata) que nos envuelve siempre en una ingeniosa complicidad. Que no necesitamos ver el la campana extractora de gases de su cocina tan sincera, con todas las chorreras de tanto guiso.
Pero esta mujer se nos da, no quiere que la evitemos, sino que la queramos tal como fue. Lo consigue.
En la ceremonia de los Goya se lamentaba de que para una vez que sale con un premio Nobel a entregar un premio, -en ese instante compartía escenario con Vargas Llosa-, sentía que todas las miradas se iban a la mujer que estaba en ese instante sentada al lado de su marido.
No dudo que la Preysler sea una mujer de vida fascinante, pero la vida que vivió y tan bien nos cuenta Elvira es tremenda. ¿Cómo no convertir en literatura lo que pasó?
Sin proponérmelo devoré el libro. Hubiera querido hacerlo más pausado para paladearlo, pero esa biografía tira mucho.

2 comentarios:

  1. Antes de publicar los artículos deberías releerlos. No es lo mismo "Lo que me queda por vivir" que "Lo que me queda de vida", hay un largo trecho. Amén de intercambiar "púbico" que es lo más íntimo por "público"

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Gracias por tu consejo. Es cierto y no es la primera vez. Me lo apunto en mis tantos "debes". Lo de púbico aunque pueda parecer soez es deliberado. Gracias otra vez.

      Eliminar