lunes, 27 de junio de 2016

FANTASÍAS TAURINAS.



Hace unos cuantos artículos reflexioné sobre la manera de asesinar a sangre fría en la guerra civil.http://guerracivilenlas5villasdeavila.blogspot.com.es/2016/03/el-oficio-de-matar.html He encontrado por doquier muy floridos relatos de lo contrario: absurdas recreaciones y prolongaciones ceremoniales de los asesinatos. Yo mismo, en la investigación sobre el Barranco de las Cinco Villas, he oído y leído narraciones muy floreadas de testimonios que no es verosímil creer ni saber de dónde pudieron salir.  Ya dije que no lo suelo dar crédito, porque si fuera así casi todos los matarifes serían personas imaginativas, con mucho tiempo que perder, y por último, bastante lenguaraces a la hora de delatar su perversión.

Vamos a usar el sentido común.

He leído con interés la Causa General. Contiene colección de relatos sin contrastar, que no dudo que tienen su parte de verdad, pero fundamentalmente se ha abonado esa parte de narrativa arrojadiza contra la brutalidad del bando contrario. Todo se adorna con detalles escabrosos como si el simple hecho de matar de la manera más rápida y efectiva no fuera crimen suficiente.

Algo muy repetido es sacar los ojos  y también quemar con gasolina.

Creo que no debe ser muy sencillo sacar los ojos, porque yo, cuando compro conejo y aprovecho la cabeza para cocerla y que dé gusto a las patatas, quito los globos oculares  con un cuchillo porque me parece que poco aportan al caldo y me “da cosa” verlos. No es fácil la operación, pero en la guerra a decenas de víctimas asesinadas supuestamente se les saca estando vivos, supongo que alguien les sujetaría y otro con un cuchillo haría palanca. Pensemos que no es fácil ejecutar esa faena independientemente del odio que se tenga.
La gasolina, según estos relatos debía ser algo que en el bando republicano corriera con abundancia. De manera que el despilfarro importara poco. Cuando fue todo lo contrario: quien tenía gasolina espuertas y a crédito de la Texaco, fue, desde muy pronto, el bando sublevado de Franco



Pero hoy pretendo hacer hincapié en los relatos  del mundo de los toros.
Todo lo que aparece en cursiva está recogido en el libro Causa General.

Relata que los miembros de la «checa» comentaban los martirios con regocijo, diciendo cada vez que se aplicaban a un detenido tales malos tratos, «que había habido corrida de toros» Página 94


Don Antonio Díaz del Moral, vecino de Ciempozuelos, fué detenido por el Comité de Investigación de la referida localidad, y el 1 .° de octubre de 1936 fué sacado de la cárcel y conducido al Comité del pueblo, donde sufrió toda clase de insultos y vejaciones y llevado luego al embarcadero de reses bravas de D . Joaquín López de Letona; después de llenar de fango al detenido en una acequia de riego, lo ataron con una soga por debajo de los brazos, colgándolo de uno de los chiqueros de los toros, donde el Sr . Díaz del Moral fué corneado por la res allí encerrada, y cuando los criminales se cansaron de esta escena, le fueron cortadas las orejas a la víctima por un individuo llamado Primo García Hernández ; seguidamente el Sr. Díaz del Moral fué atado a la parte trasera de un automóvil, que lo condujo, arrastrándolo, hasta un olivar sito en la vega, donde los milicianos lo colgaron de un árbol y lo remataron a tiros ; el cadáver, que presentaba múltiples heridas por asta de toro, arma blanca y de fuego, fué hallado en el referido olivar, próximo a la carretera de San Martín de la Vega  (Causa General pag 61)

Casi todo el mundo en España sabe, -parece que los inventores de estas historias no-, que el toro de lidia es algo miope y solo embiste a lo que se mueve. Es la esencia del toreo: mover el engaño y quedarse quieto, -como lo está alguien atado-; el animal entonces pasa muy cerca siguiendo el movimiento y no toca a la persona.

Supongamos que fuera cierto que la víctima se movió o fue movido y hubiera sido corneado. Son heridas que teóricamente sangran mucho, normalmente mortales de necesidad ¿Tiene sentido continuar matando con tanta parafernalia a  este pobre señor Antonio? Pues aquí parece que ya veníamos un desagradable previo: comenzaron por llenarle de fango, luego le transportan, andando o en camión, la acequia no puede estar lado del embarcadero de reses bravas. Entonces le atan: necesariamente tienen que  mancharse de fango. ¡Qué asesinos rojos más estúpidos! A continuación realizan la, para mí, complicada cuestión de atarle y ¡¿moverle?! a distancia para que el toro le embista. Después le cortan las orejas (nos está faltando una vuelta a un ruedo con los trofeos en la mano) Como aún está vivo seguidamente lo arrastran con un coche y aún sobrevive (tiene más vidas que el célebre Rasputín) por último, lo atan a un árbol, (se vuelven a pringar de su sangre, ¡qué asesinos mas sucios!) y le rematan a tiros. La victima debió agradecer el final.
Y ¿Qué forense o persona fue al olivar a examinar el cadáver enfangado y con múltiples destrozos para distinguir y constatar todas las diferentes clases de heridas?

Pues este mismo relato, cambiando la parte taurina por darle de beber gasolina, supuestamente se lo hicieron al “mi“ cura de Mombeltrán, Damián Gómez.

En el pueblo de Torrenueva (Ciudad Real)  Maximiliano Vivar Barriga fué muerto a palos en la Checa y traspasado su cadáver repetidas veces con un estoque. (Página 71)

Un estoque es una espada algo curva pensada para ensartarla en el toro cuando embiste. Los estoques solo los tienen los toreros. Están diseñados para entrar  en el “hoyo de las agujas” y tienen filo a ambos lados para causar las mayores hemorragias cuando el astado se mueva con ello dentro. No tiene sentido, ni lucimiento alguno, emplear un arma como esta para atravesar un cadáver. Pero ¿ilustra?


A un hombre de Santa Cruz del Valle 
que realmente murió en la pequeña batalla de Huecas (Madrid)  le atribuían haber sido toreado y banderilleado en la plaza de toros de Talavera de la Reina. Si fue así, que no lo creo, haberle capturado y llevárselo varias decenas de  kilómetros atrás para que proporcionara el dudoso espectáculo en tan afamado coso, debía contar con la razonable confianza en que el hombre no se negaría a ser activo en el espectáculo; porque nadie embiste para que otros se rían,  vamos a suponer que accede amenazado por unos fusiles, ¡qué antiestético! Pero nadie, ni amenazado por fusiles, nadie se deja banderillear, son unos arpones considerables los que tienen las banderillas. Después con las banderillas ¿cómo creerse que “entraría” a que le estoquearan? A una muerte segura, no creo que nadie se preste a eso. Pues bien, en España no había banderillas ni estoques bastantes en todos los pueblos para banderillear a todos los que supuestamente lo fueron en ambos bandos. 

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