lunes, 24 de octubre de 2016

La crítica.

Aquí he criticado elogiosamente muchas obras y eso, aunque yo no sea nadie, ha gustado mucho a bastante gente y se han regodeado de ello. Pero también puedo ser un impertinente, otras críticas mías no han sido elogios: también he mostrado mi decepción o mi crítica negativa. Y eso a los criticados les ha dolido, seguro.
Creo que una crítica negativa corroe al creador, le ruboriza, le pone en evidencia. Es como tirarle su mierda a la cara; eso es más que indigesto, da arcadas, violenta, y si no se tapa con olvido puede que hasta le mediatice el futuro. Cuando encuentro un libro o una película mala no lo acabo, y no lo critico. ¿Para qué hacer daño?
Aunque creo que una crítica útil debiera, a la vez que animar a lo mejor, sobre todas las cosas, ahorrar el tiempo y el dinero de los libros, de las películas y obras de teatro malas, a quienes decidan fiarse de su criterio.
Pero no es justo que confiemos tanto en alguien.

No sé cómo los grandes que pueden recibir críticas ante tanto público. Deben tener la costra necesaria para asimilar que le han sacado las vergüenzas y le han rebuscado y encontrado lo peor del libro en sus particularidades y en su generalidad y aceptar que eso es así: como cuando una mujer sale de la peluquería y se pone a llover. Una mala crítica bien hecha hasta puede hacerles una vía de agua en la línea de flotación de la imaginación y va a influir en abortar brotes, en  quitarle potencia creadora. Porque  un creador siempre duda y siempre tiene que elegir.
Seguramente hay momentos en que lo tiraría todo, por sí mismo, porque no está seguro de que valga.

Después de esta perorata vengo a manifestar que hoy me acaba de mediatizar una mala crítica, pero como lector:
Tenía yo buen concepto, sin haberla leído, de Rosa Chacel. Supongo que por alguna entrevista o por otras críticas. La tenía pendiente porque cayó en mis manos este libro de hermoso al tacto, holgada grafía y sugerente portada.

Es un diario que cuenta, con corrección  y verdad, la vida de una mujer de más de 80 años que ha vuelto del exilio sin demasiado dinero, con su correpondiente voracidad  está omnipresente su agente Carmen Balcells que le busca o le liquida derechos, están presentes los gastos de viaje, las conferencias y presentaciones, los encargos, los compromisos mejor y peor remunerados, las audiencias con políticos, (habla muy bien de los reyes)  pero también muchas miserias, dudas, medicinas, pequeñas cirugías y la desazón de los fallos domésticos de una octogenaria.
El libro habla más de gente poco conocida o de su familia, que de famosos que es lo que uno buscaría.
Rosa Chacel estaba esperando que le dieran el Cervantes por el dinero y por la reactivación de la venta de su obra nuevas ediciones y más dinero. Como perdí la paciencia quería saber si estaba leyendo las cotidianeidades de alguien importante, busqué su referencia en el único libro que tenía a mano sobre literatos del siglo XX: era Las palabras de la tribu de Francisco Umbral, hipercrítico categórico, sarcástico de casi todos sus coetáneos y de los anteriores, empezando por Galdós.

De esta mujer, que es paisana suya de Valladolid, no habla nada bien: la mete en un saco que él llama de sobrevalorados que se creen que por haber estado en el exilio hasta la muerte de Franco ya eran sublimes, y que España les esperaba para agasajos múltiples y todos los premios posibles.
Y ya no sé si acabaré este diario. Aunque está bien conocer los ruidos y pulsiones que puede tener un octogenario culto por si alguna vez lo puedo ser.
Creo que la crítica me ha mediatizado.

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