jueves, 17 de noviembre de 2016

RESUMEN DE BELLEZA

Camino todas las mañanas por veredas y carreteras poco transitadas, tan acostumbrado al aire puro que, cuando un coche me lo ha manchado recientemente, distingo si el excremento es diesel o gasolina. Entonces restrinjo mi respiración para inhalar las menos toxinas posibles, porque en la armonía  olfativa de la naturaleza esos restos de humo son un ruido tan disonante como agobiante. Cuando estoy a punto de asfixiarme por tanto aguante de respiración me digo. 
“Tranquilo, Juan: no te preocupes ¿y la gente de Madrid?, no solo eso ¿y la gente de Béjar? 



El paisaje siempre es distinto: se viste y se desviste constantemente; cada día muda de color y cambian sus luces tamizadas por el otro paisaje, el celeste. Todos los días habría espectáculo para cualquier persona que viviera en otro lugar.
Pero a veces vengo "enmimismado" pensando en cosas del trabajo, o en cosas del blog, o fantaseando. Entonces, sin querer, despreciando panorámicas, miro al suelo. Hace poco me lo alfombraron de color, - infantilmente arrastro los pies para escuchar el ruido de las plúrimas hojas de chopos que remuevo- pero la áspera tierra, que nunca para en su humilde trabajo, va succionando pigmentos a esas hojas caídas, que se van haciendo progresivamente mate, marrón y nada, porque sin darme cuenta desaparecen cada  invierno bajo mis pies.
Necesito ponerme a pensar en literario, en estético, en altruista, para estimularme en la cuenta de la riqueza que llevo disfrutando tres años y cinco meses -hoy 17 de noviembre de 2016 los cumplo-. Me molesta olvidar la cámara porque me impide capturar para compartir (también para presumir). Las pocas veces que no la llevo miro todavía más al suelo, para no frustrarme por no haber guardado aquella belleza.
Muchas veces el resumen que hace la cámara me defrauda, y otras, preventivamente,  me abstengo de intentarlo porque sé que me va a defraudar. Entonces lo miro procurando procurarme el goce suplementario del privilegiado, como la sublimación hacia ese conocimiento que ya no se puede recoger, de Adso, el personaje del Nombre de la Rosa. Aunque yo tengo la ventaja de saber que otro día habrá otra imagen parecida de luces, colores y nubes, que no se perderá como en aquel incendio del libro. (los seguidores sabéis lo que sufrí hace seis años el incendio del Barranco de las Cinco Villas: es el familiar o amigo más importante que he perdido para siempre).














Entro en Candelario ascendiendo con el pertinente brío para subir al Ayuntamiento donde trabajo. Según se llega, es un pueblo cuesta arriba y con no poca pendiente. Paso a las nueve menos cinco por la escuela de niños plagada de coches con los motores encendidos, donde las criaturas, que miden poco más de un metro, tragan mucho más de aquel batiburrillo de monóxidos,  sulfuros y carburos que yo, que ya no distingo porque son muchos y variados los diéseles y gasolinas macillando los alveolos de unos pulmones tan rositas... Y todo en nombre de niño, no te enfríes, niño, no te canses, niño, no te creas que nosotros te queremos menos que esos que llevan en coche a tu amiguito, o niño, me tengo que ir al trabajo inmediatamente y no hay tiempo de enseñarte a ir a la escuela de la mano solito, disfrutando de uno de los pueblos más bonitos de España. Candelario, donde no se deja aparcar más que a los residentes con tarjeta, que vende sierra, jamón, calidad de vida... 

En todos los edenes ponen alguna serpiente.











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