miércoles, 23 de agosto de 2017

J'aime la France (1)

Monumento a los girondinos. Explanada de Quinconces. Burdeos

Uno cuando no conoce, no diferencia. Es fácil decir: Francia, capital París; la maravillosa e indiscutible, a la que todo francés tiene que ir a vivir para triunfar. (Maurice Ravel nació en Ciboure a pocos kilómetros de España y solo entró una vez en nuestro país para ir a ver una corrida de toros en San Sebastián. A pesar de ser su música tan española, toda está compuesta en París). Una ciudad imán que en su enormidad parece absorber todo lo francés. Yo me enamoré de París, de sus puentes y museos, de sus calles y de su historia, de sus gentes y de su forma de ser. Cuando uno se enamora individualiza el objeto amado de tal forma que parece que no exista lo demás. Pero hay mucha Francia, no hay más que mirar en el mapa. Hay bastantes ríos que no son el Sena y muchas ciudades resonantes que yo debo descubrir para diferenciar.

Salir de España con el coche era un pequeño reto a mi capacidad como conductor. No sabía lo grande que fue. Francia es un país muy motorizado y parece que todos los franceses se habían puesto de acuerdo para no dejar un hueco de aparcamiento libre en toda su costa atlántica, mientras yo, sin descansar, miraba las señales y me sorprendía el desparpajo con el que los franceses aparcaban en las aceras, vulneración del código que yo no me sentía capaz de intentar. Mientras tanto, escuchaba las exclamaciones de  mis chicas dentro del coche  Francia es diferente y miraba embelesado las carreteras escoltadas por enormes y veteranos árboles, impensables para el habitante de un país arboricida como el mío.
Así penetré en Francia, un poco agobiado, hasta que me serené y comencé a disfrutar.
No necesito manifestar que soy enamoradizo de todos  los paisajes, también de los lugares que los hombres amaestraron tomando prestados trozos de geología, trazando su comodidad para el transporte, el comercio y la celebración; hablo de los paisajes humanizados, de la civilización. Creo que existirán pocos países más racionalmente civilizados que Francia.
Lo tienen más fácil que otros: tierras llanas y fértiles, ríos anchos y previsibles, ser el centro de Europa... pero no cabe duda -y eso es lo más admirable-, de que los franceses han puesto mucho trabajo de su parte: son perfeccionistas y tienen una gran educación estética; no les vale cualquier cosa. Les gusta la jardinería y son capaces de destinar mucha dedicación a ella. Después de lo que he visto no me cabe duda de que jardín es una palabra francesa, he admirado tantos y tan primorosos, que no me cabe duda de que tiene que ser la cuna de ese feliz arte de escoger, domesticar y combinar lo vegetal con raciocinio para llevarlo a una artesanía elevada, si no, directamente, al Arte. Y esto va desde sus enormes jardines botánicos a cualquier arcén, jardincillo particular o rotonda; no hay lugar donde no se empleen a ordenarlo, de manera que atravesando el país en coche uno no sale del jardín perpetuo.
Claro que así es más difícil ensuciarlo; en España la gente tira multitud de cosas por la ventana de su coche al desorden de la cuneta, con la esperanza de que se lo trague. En Francia el campo repeinado no admite estos desahogos.
Supongo que como a todos los españoles que vamos por allí, se me han ocurrido decenas de cosas que copiar. Por ejemplo: ellos van más adelantados en desalojar las ciudades de la barbarie de los coches. En cualquier ciudad media al llegar te indican con números luminosos todas las plazas que hay disponibles en cada uno de los aparcamientos (de pago, por supuesto) (disuasorios, sin ninguna duda). Hay cientos de bolardos móviles que directamente impiden a cualquier coche no autorizado  que penetre en la mayoría de las calles. En Bordeaux el omnipresente tranvía rivaliza con la inmensidad de bicicletas ¡Qué bien montan y qué atractivas son las francesas en bicicleta! Los coches están domados y uno pisa seguro las calles incontaminadas de ruidos y vapores, para disfrutar de la ciudad recuperada y así mira fotografía y escucha el ritmo de una ciudad deseable y deseada, viva, sin inmensidad de casas sin vender y negocios cerrados. Los franceses viven la calle y alimentan al vecino o eso me ha parecido a mí este verano.
Además, como tienen mucha juventud las calles están llenas de belleza, y como les subvencionan los hijos, están llenos de juegos y alegría. Acabaré este artículo con fotos del espectáculo que brinda un juego de agua gratuito que proporciona imágenes como éstas que capturé frente a la plaza de la bolsa de Bordeaux:





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